41. "De vez en cuando".

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Estaba viviendo un trauma, pero no uno malo, sino todo lo contrario, era increíble

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Estaba viviendo un trauma, pero no uno malo, sino todo lo contrario, era increíble. Aún me parecía sorprendente que esta casa fuera nuestra, todo estaba en perfecto orden, demasiado impresionante para ser real. No podía creerlo, tenía ganas de saltar y gritar, pero me contuve. Era demasiado increíble saber que viviríamos aquí por mucho tiempo.

Escuché el chirriante sonido de unos neumáticos frenando, me puse de pie de un salto y caminé hacia la ventana. El auto de Roger junto con la Toyota de seguridad estaban aparcando fuera de la casa, la emoción invadió mi cuerpo y salí corriendo de la habitación, escaleras abajo. Salté al llegar al último escalón y corrí hacia la puerta, pude ver cómo Kyle salía de su nuevo estudio y negaba divertido al verme.

Abrí la puerta y un grito emitido de mi parte y otro de la pelirroja frente a mí fue todo lo que se escuchó antes de abrazarnos.

—¡No puedo creer que ya estés aquí! —exclama con alegría mientras me entruja entre sus brazos. Sonreí cuando dio un pequeño salto y soltó otro grito—. ¡Te extrañé tanto!

—Y yo a ti —dije separándome de ella para poder mirarla.

—Tienes que contarme todo —susurró con picardía haciéndome reír en complicidad con ella.

Se hizo a un lado y Azucena fue la siguiente en abrazarme.

—Hola, mi niña —palmeó mi mejilla con suavidad y me sonrió—. Estás más preciosa que antes.

—Ay, Azu, no exageres —le resté importancia y luego fui a abrazar a Roger—. ¡Te extrañé mucho!

—Yo a ti, enana —sacudió mi cabello y besó mi frente—. ¿La pasaste increíble? Porque no saldrás nunca más.

—Ya quisieras —golpeé su hombro y él se rio a mi costa—. Me alegra estar aquí ya, los extrañé mucho.

—¡Basta de saludos! —gritó Audrey corriendo hacia mí y tomando mi mano—. ¡Nosotras nos vamos!

La pelirroja corrió escaleras arriba tirando de mí con ella.

—¿Entonces? —preguntó mientras caminábamos por el pasillo.

—¿Entonces qué? —abrí la puerta de la que sería su habitación y la de Roger, y ella entró primero.

—¿Cómo que qué? —me miró con obviedad—. ¿La sorpresa?

—¡Oh! La sorpresa —dije, rasqué mi brazo y me senté en la orilla de la cama—. Bueno, digamos que la sorpresa no salió como esperábamos.

—¿Qué? —dejó su bolso sobre el sofá frente a la cama y se sentó junto a mí—. ¿Por qué?

—No le prestó atención, de hecho, rompió la sorpresa —digo.

—¡¿La rompió?! —asentí, ella rodó los ojos—. Ese hombre, lo odio.

La sed de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora