40. "Bienvenida a casa, mi amor".

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Una semana después

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Una semana después.

Estábamos a un paso de volver a la realidad, sería una mentira si dijera que no la pasé bien. Es más, fueron las mejores dos semanas de mi vida, estar a solas con Kyle sin que nadie nos molestara, fue lo mejor del mundo. Sinceramente, nos hacía falta una escapada del mundo real por unos días, y fue demasiado satisfactorio.

De vuelta a casa y la realidad empezaba a hacerse presente. Mi cabeza comenzó a decirme que, en definitiva, esto era real. Estaba casada, tenía un esposo. Aun no lo creía, era difícil acostumbrarse, pero el hecho de que todo el mundo me llamara «Sra. Black» hacia la situación más llevadera.

Y, como mi vida es impredecible, mi periodo llegó justo la noche anterior, y con él, los cólicos infernales del demonio. Tenía dolor de cabeza, me dolían las piernas y sentía el cuerpo entumecido. Odiaba mi periodo, lo odiaba con todas mis fuerzas. Siempre había sido de esas chicas que le afectaban mucho los cólicos, soy de esas que lloran, y ya estoy a punto de hacerlo.

Inhalo profundamente y salí del baño, estábamos en el avión y eso afectaba mi estado. Tenía náuseas y quería lloriquear como niña pequeña, pero me contuve. Caminé por el pasillo y me acerqué al asiento en dónde estaba Kyle. Este me miró y abrió sus brazos para mí, tomé asiento en su regazo, acurrucándome contra su pecho.

—¿Estás bien? —preguntó, pasando su mano por mi pierna.

—Tengo cólicos —me quejé, sus labios besaron mi frente—. Me estoy muriendo.

—No creo que estés muriendo —ríe y lo miro mal, su mano abre mi abrigo blanco y sube mi camisa, para después posar su palma sobre mi vientre—. Está abultado.

—Está inflamado —expliqué, él asintió.

—Deberías dormir un rato, aún nos quedan tres horas de viaje —suspiré cerrando los ojos—. Estaré aquí cuando despiertes.

—Lo sé —me apreté contra su cuerpo—. Te amo.

—Yo te amo a ti.

[...]

Gabriel sigue conduciendo, pero cuando llega a la autopista, gira en otra dirección. Miré a Kyle, este lucía igual que siempre, impasible.

—¿Puedo saber a dónde vamos? —le pregunté, él solo me observó y sonrió—. Ya pasamos el túnel, se supone que vamos a casa. Black, dime.

—Espera, ya estamos por llegar —pellizca mi mejilla, mi ceño se frunce. Suelta una carcajada y rodea mis hombros con su brazo—. Tranquila, es una sorpresa.

—¡Ya no quiero más sorpresas! —digo alejándome de él, comienzo a sacudir su chaqueta—. Anda, dime.

—No, deja de quejarte —vuelve a rodearme con sus brazos—. Te gustará y esta conversación será un desperdicio.

La sed de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora