36. "Ahora somos uno".

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Me remuevo inquieta cuando una presión se hace presente en mi vejiga, miro disimuladamente a Audrey quien está a mi lado bebiendo de su copa de champagne.

—Necesito hacer pis —susurro, ella frunce el ceño y rueda los ojos. Se pone de pie y camina junto a mi hacia el baño—. Creo que la bebida me bajó rápido.

—Has hecho pipí siete veces desde que empezó la fiesta —refunfuña, sonrío mientras entrelazo su brazo con el mío.

—Tu deber como buena madrina de bodas, es llevarme al baño.

—Sí, como sea —bufa y cuando estamos al baño, me ayuda a subir mi vestido. Ambas entramos al cubículo y yo me encargo de bajar mi ropa interior—. Rápido.

—Te esperas, por favor —cierro los ojos intentando concentrarme en hacer pis con ella aquí dentro, cuento mentalmente hasta diez mientras la presión de mi vejiga disminuye—. Listo.

Luego del proceso de arreglar el vestido nuevamente, ambas salimos del baño, quedándonos en el pasillo.

—¿No pudiste sacarle información? —pregunta la pelirroja.

—No, ese hombre es una tumba —gruño rodando los ojos—. ¿Y tú? ¿Roger te ha dicho algo?

—Tampoco, él le debe la vida a su mejor amigo, dudo mucho que lo traicione diciéndome en dónde será su luna de miel —apretó los dientes—. Pero tranquila, nuestra idea queda perfectamente a cualquier lugar al que vayan.

—No me gusta mucho esa idea —arrugo la nariz, ella rueda los ojos con exasperación—. Audrey...

—Nada, ya está perfectamente empacado en tu maleta —se acomoda el escote sin vergüenza alguna—. Iré por mi hombre.

Se aleja de mi contoneando sus caderas hacia el lugar en donde se encuentra Roger, sonrío al verlos juntos. Ellos son demasiado caóticos los dos, pero aun así se aman y eso es lo único que importa.

Unos fuertes brazos me rodearon desde atrás, haciéndome dar un respingo en mi lugar, pero un aroma demasiado familiar invade mis fosas nasales, dejando que mi cuerpo se apoyé contra el suyo.

—¿Cómo estás, esposa? —suelto una risita ante las cosquillas que me causa su respiración en mi oído.

—¿Cómo estás, esposo? —digo de vuelta, sus manos me hacen girar y encararlo.

Enrollo mis brazos alrededor de su cuello y me pongo de puntillas para poder besar sus labios.

—Estás preciosa, amor —aprieta sus manos en mi cintura—. ¿Sabes que quiero hacer ahora?

—Mmm, noup —observo su rostro de manera curiosa.

—Bueno, primero; quitarte ese maldito vestido y hacerte mía hasta que pierdas la consciencia —suelto una carcajada ante sus palabras—. No es una broma.

La sed de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora