Sus ojos están cerrados, sus manos se aferran al pequeño libro que tiene en las manos, ese que Roger se encargó de comprar y dárselo para que se entretuviera. Una manta azul cielo rodea sus hombros, mientras que una gris cubre sus piernas protegiéndola del frio.
¿Sería estúpido decir que me siento celoso por un pedazo de tela?
—La desgastarás —dijo Roger sentado frente a mí.
—No quiero que hables —ordené.
—Silencio absoluto, jefe —susurró, no sin antes reírse.
Mis ojos vuelven a la chica al otro lado, y como si supiera que la estoy observando como un loco acosador; su rostro se gira hacia la ventana. Entonces, mi vista se ve obstaculizada y ya no puedo apreciar su belleza.
Suelto un largo y pesado suspiro, me paso las manos por la cara en un intento fallido de controlarme. Necesito dejar de pensar en ella de la forma enfermiza en la que lo hago, debo dejar de verla como una mujer y no como una niña. ¡Porque es una niña!
Mi ley más importante, y yo mismo la estoy rompiendo. Es menor de edad, no puedo tocarla de la manera sucia que tengo en mente, no puedo hacer con ella lo que haría con otras. Con ella no. «Esa niña de allá afuera, no es un simple pasatiempo». ¡Y no! No la veo como un simple pasatiempo.
Estoy idealizando una vida ficticia que solo deseé una vez, pero ahora este espejismo tiene otra cara y otro nombre. La primera vez fue un desastre, no dejaré que la segunda sea igual. Porque no, no habrá una segunda vez.
[...]
San Petersburgo, Rusia.
El sol está en su punto máximo, pero el frío es el responsable de que la morena frente a mí se queje de dolor, ni siquiera la calefacción ayuda y me estoy volviendo loco, mi corazón se estruja ante su mueca de dolor.
—No sabía qué hacía tanto frío —ríe, un leve sonido que se vuelve melodía ante mis oídos, los vellos de mi cuerpo se erizan de extremo a extremo y la sangre viaja a una parte específica de mi cuerpo que es mejor no mencionar si no quiero perder la cabeza—. Hace mucho tiempo no me sometía a tanto frío, normalmente no puedo caminar cuando hace mucho.
—¿Eso es...? —mi pregunta queda inconclusa, esperando que ella me de una respuesta.
Sus ojos dejan la ventana del auto y suben a los míos.
—Un accidente, fue hace tiempo —es todo lo que dice, se lleva el labio inferior entre los dientes y lo succiona, mi cuerpo convulsiona internamente por ello.
Basta, Black. Contrólate ya.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti?
—No, gracias. Estoy bien, ya has hecho mucho, no quiero seguir molestando —sacude la cabeza, dejando que dos mechones de color chocolate caigan sobre su rostro.
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La sed de mi alma
RomanceKyle Black es un ser despiadado e inescrupuloso, el mundo le teme por el ser dueño y señor de su universo. Tiene el control de todo lo que lo rodea, maneja a todos a su antojo. Es el rey de La Orden. Su vida se pone de cabeza cuando Melissa Müller s...