Parte V | La guerra. 61. Que comience la guerra.

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Meses después: Octubre 2019

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Meses después: Octubre 2019.

Los meses pasaban y con ello, la incertidumbre subía, las cosas empeoraban y la manera en la que todo había comenzado, cambió drásticamente. Los ataques eran constantes y yo estaba perdiendo la paciencia, necesitaba encontrar a ese desgraciado y acabarlo con mis propias manos para que dejara mi vida en paz.

—Estamos perdiendo demasiada gente, Kyle —dice Roger, observando a las personas en el casino—. Debemos hacer algo, no importa como, pero debemos acabar con Bancardi ahora.

—Lo haremos, solo necesito que me de una pista, lo que sea —murmuro, cruzándome de brazos—. Cuando lo encuentre, no quedará nada de él.

Roger sonríe, sacude la cabeza.

—Eso espero —suspira—. ¿Qué hay de Mel? Audrey la extraña.

Audrey y Roger se mudaron a un ático, porque querían privacidad, y no los culpaba. Bueno, pero se la pasaban más en nuestra casa que en la suya, solo que ahora las cosas estaban más tensas que antes y eso de estar en auto todo el tiempo era peligroso.

Melissa también extrañaba a Audrey, sin embargo, el embarazo no le dejaba mucho tiempo tampoco, pues se la pasaba durmiendo casi todo el día. Y, en sus tiempos libres, por así decirlo, se encargaba de organizar la habitación del bebé. Mel tenía ocho meses de embarazo ya, y su vientre estaba bastante grande y eso me encantaba.

Amaba a mi esposa y a mi hijo.

—Está bien, las náuseas ya pasaron, el sueño en quien reina en la casa ahora —él se ríe—. Melissa también extraña a Audrey, pero no entiendo como si hablan todo el día por teléfono.

—Solo ellas se entienden —bufó—. Nunca creí que vivir solo sería increíble —lo miré indignado—. No me malinterpretes, es que estar con ella todo el tiempo... Es otro nivel, hermano.

Sonrío, apretando su hombro.

—Te lo mereces, ella es la indicada para ti —admito—. Me alegro muchísimo por ti, hombre.

—Gracias —musita—. Nunca te lo dije, pero creo que ya lo sabes —suspira y me observa—. No estaría vivo de no ser por ti, y no sabes lo agradecido que estoy contigo por haber salvado mi vida.

No tenía palabras para decirle que no debía agradecerme nada, porque no podía recordar el pasado.

—Somos hermanos —fue todo lo que le dije.

Sonriendo sigue observando el lugar.

Roger era mi hermano desde que tengo uso de razón, incluso más que Kevin. Y no, no es porque no quisiera a mi hermano biológico, pero a veces la sangre no lo es todo. La lealtad es algo difícil de dar y de recibir, sin embargo, Roger había puesto su lealtad ciega en mí, y sinceramente, él era el único al que le confiaría mi vida.

[...]

Cuando llegué a la casa todo estaba en silencio, no obstante, Mel seguía despierta. Estaba sentada en medio de la cama con las piernas cruzadas, y con un tarro de helado en las manos mientras veía la televisión.

—Hola, preciosa —me acerco a la cama, después de quitarme la chaqueta.

—Hola, mi amor —sonríe, dándome un beso cuando me siento junto a ella. Le baja el volumen al televisor y me observa—. ¿Qué tal te fue?

—Todo está bien, amor —llevo mi mano a su vientre, ese que se sacude robándome una sonrisa—. ¿Qué haces despierta? Es tarde.

Observé el reloj en la mesita de noche, eran casi las tres de la mañana.

—No podía dormir —se lleva una cucharada de helado a la boca—. Tu hijo tiene hambre.

—Ya veo.

Hijo.

Aún no sabíamos si era niño o niña, pero su complexión era grande y la doctora dice que realmente existe una alta posibilidad de que sea un niño. Es por eso que escogimos colores neutros para su habitación, y para Mel había sido una excelente distracción.

Lo agradecía, ella no necesitaba saber que todo se estaba yendo al demonio, no tenía que saber que habían estado llegando cientos de paquetes para ella, con cosas demasiado perturbadoras para su propio bien. Gabriel y ella se habían hecho inseparables, él la acompañaba a todos lados y eso me dejaba más tranquilo.

—¿Y Roger? —cuestionó, se remojó los labios y se apoyó cerca de mí luego de dejar el pote de helado en la mesita de luz.

—Se fue a su casa —le quito los mechones que escapan de su coleta del rostro—. No había mucho que hacer en el casino hoy.

—Mmh —parpadea, sé que quiere preguntar algo, pero no lo hace, solo sonríe—. Me alegra que las cosas estén calmadas.

—No siempre es bueno, puede ser la calma antes de la tormenta —se muerde el labio inferior y se acomoda para estar entre mis brazos—. Pero, sin importar nada, estaré contigo siempre.

—Lo sé —suspira, apoya su rostro contra mi pecho, aprieto mis brazos a su alrededor—. No importa lo que pase, Kyle, te voy a amar siempre.

Besé su cabello castaño, impregnándome en su dulce aroma a frutos rojos, lo único que ha logrado calmarme en estos tiempos tan turbulentos. Lo dije antes, pero Melissa era mi hogar, junto a ella me sentía bien.

No sé cuánto tiempo pasamos así, abrazados y respirando el mismo aire. Yo solo podía pensar en como protegerla, a veces solo quería meterla en una burbuja de cristal y no dejar que nada ni nadie le hiciera daño. Mel se había dormido en algún momento, dejándome a mí la tarea de velar sus sueños, y era algo que me encantaba hacer.

El teléfono sonó en mi bolsillo, me removí con cuidado de no despertar a Melissa y lo logré. Era un número desconocido, pero contesté de igual manera.

—¿Sí? —susurré, acariciando suavemente la espalda de Mel.

—Acabemos con esto de una maldita vez, Black —dijo una voz al otro lado de la línea, me tensé al reconocerla—. Tú y yo de una maldita vez por todas.

—¿Eso es lo que quieres? —cuestioné, y de pronto sentí como todo el enojo que había estado acumulando por años explotó en mis venas—. ¿Estás dispuesto a morir en mis manos?

—¿Y tú? —replicó, y escuché la burla en su voz—. ¿Listo para ver la sangre de los que amas derramada?

Apreté el aparato entre mis dedos y solté un gruñido antes de decirle:

—Que comience la guerra.

—Que comience la guerra

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La sed de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora