55. Tres contra el mundo.

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No sé cómo ni cuándo me dormí, pero ahora estoy despierta nuevamente

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No sé cómo ni cuándo me dormí, pero ahora estoy despierta nuevamente. Cuando parpadeo, observo a Kyle pasearse por la habitación mientras habla por teléfono, ajeno a mi escudriño. Lleva unos jeans negros y una camisa de mangas cortas del mismo color, dándole un aspecto más normal. Recuerdo que no he intercambiado palabras con él desde ayer, porque cuando intentó hablarme, simplemente lo ignoré. No quería ver su expresión de enojo, y, de cierta manera, lo comprendía.

¿Cómo le oculté tal cosa? ¿Cómo pasé por alto decirle que sería demasiado difícil tener una familia conmigo porque estoy completamente dañada?

—Se supone que no debes preocuparte —su voz me hace dar un respingo sobre la camilla, llevando mis ojos a los suyos—. Y eso es justo lo que haces ahora.

Me quedo en completo silencio, queriendo llorar, pero me controlo.

—¿No vas a hablarme? —pregunta, sin encontrar palabras, niego casi imperceptiblemente. Lo veo suspirar y caminar hacia la camilla, sentándome en la orilla de la misma, junto a mí—. ¿Qué pasa?

—Sé que estás molesto conmigo —digo con voz rasposa, bajando la mirada—. Y lo entiendo.

—No estoy molesto contigo —responde, llamado mi atención—. Me molesta el hecho de que me hayas ocultado una información tan importante como esa.

—No lo vi relevante.

—¿En serio? —suelta una risa amarga—. Tienes una maldita deficiencia cardíaca. ¿No es eso relevante?

—Perdóname.

—Estás jodidamente loca —acaricia mi mejilla con su mano, cosa que me obliga a cerrar los ojos—. Qué demonios haré contigo, ¿eh?

—Amarme —digo con el ceño fruncido.

—Eso ya lo hago, así que invéntate otra cosa —sonríe, pero ese gesto se borra cuando ve el brillo de mis lágrimas bajar por mis mejillas—. Hey, ¿por qué lloras?

—Esto es culpa mía —susurro, él niega, pero me apresuro a explicarle—. A esto me refería, mi vida es una constante montaña rusa que no deja de dar vueltas, una sobre otra, sin parar. Todo marcha bien y de pronto, todo se va al carajo, Kyle. Y es mi culpa.

>> Cuando me encontraste, me preguntaste si preferiría estar muerta, y... No lo sabía en aquel instante, y ahora... Tampoco lo sé. Te lo dije. ¿Recuerdas? Quizás el destino insiste en matarme y siempre alguien llega a salvarme. ¿Eso es una mala señal?

>> Ahora está el bebé: ¿Cómo puedo dejar de pensar que soy la única culpable del peligro que corre su vida? ¿Cómo voy a perdonarme si le llega a pasar algo? Porque es mi culpa que esté en peligro, es mía y de nadie más.

—Silencio, cállate —ordena demasiado brusco, con los dientes apretados y con la mirada oscurecida por la rabia—. Que sea la última vez en tu vida que vuelvas a decir eso. ¿Me has escuchado?

—Kyle...

—No eres la culpable, jamás serás la culpable. ¿Me oyes? No. Es. Tu. Culpa. —sostiene mi rostro con firmeza entre sus manos, limpiando mis lágrimas con sus dedos.

Se inclina y besa mis labios castamente, quedándose ahí unos segundos, respiramos el aire del otro.

Un golpe en la puerta hace que nos separemos, pero Kyle no se levanta de la cama, aún y cuando la doctora abre la puerta e ingresa a la habitación.

—Buenos días —saluda con una tímida sonrisa, la cual le devuelvo a cuestas—. ¿Cómo se encuentra, Sra. Black?

—Me siento mejor —digo la verdad, aunque el dolor en mi pecho sigue intacto—. Solo me duele un poco el pecho.

—Es normal, debido a lo que le expliqué ayer —asiento.

—¿Cómo es que no me di cuenta antes? —pregunté sin poder contenerme, recordando que tengo siete semanas de gestación.

—Algunas veces sucede, ¿había sentido algunos cambios? —pregunta.

—Tenía muchas ganas de ir al baño y dolor en la espalda —ella asiente.

—Ahí lo tiene, a veces no se percata con rapidez, pero me sorprende que no le haya dolido el pecho antes —dice—. Por lo que veo, hoy se encuentra todo en orden, pero debemos ser precavidos. Le recetaré unas vitaminas prenatales, junto con un reposo absoluto. Solo de la cama al baño, y viceversa, nada de esfuerzo físico, al menos por esta semana. Le recomiendo que no se altere, ni se preocupe, esté lo más tranquila que pueda. Así que la dejaré en observación por el día de hoy en el hospital, ya mañana podrá irse a casa.

—¿Puede comer algo ahora? —pregunta Kyle, deteniendo el andar de la doctora—. No ha comido nada desde ayer.

—Sí, solo si tiene hambre —ambos asentimos y la doctora se va.

—¿Tienes hambre? —pregunta cuando se acerca nuevamente.

—Algo —hago una mueca—. Pero no quiero vomitar después.

—Te traeré algo de sopa —dice, sin embargo, tira de la sábana azul hacía abajo y luego sube mi bata, dejando que el color negro de mi ropa interior sobresalga con rapidez.

Su mano acaricia mi vientre de extremo a extremo, causándome cosquillas y un fuerte escalofrío que me estremece. Mi vientre bajo está un poco hinchado, y yo creyendo que era la inflamación de mi periodo. Pero, ahora que lo pienso, hace tiempo que mi periodo no baja. ¡¿Cómo demonios no me di cuenta?!»

—Ahora seremos tres —susurra mi pelinegro favorito, sacándome de mis pensamientos.

—Solo nosotros tres —sonrío ante su expresión de felicidad, y solo entonces, puedo permitirme ser feliz.

—Solo nosotros tres —sonrío ante su expresión de felicidad, y solo entonces, puedo permitirme ser feliz

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La sed de mi almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora