6. Una escapada sorpresa y conversaciones en remojo.

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NARRA SILVIA

-¿Puedes bajar ya? – Su pregunta es casi una amenaza. - Llevo más de quince minutos esperando en el coche.

-Ya voy, ya voy. – Mantengo el teléfono entre la oreja y el hombro mientras me acabo el café ardiente con prisas en un par de tragos. – Me lavo los dientes y bajo.

-¡Rápido!

Esta mañana, sobre las ocho y media, Miriam me ha llamado al móvil y me ha dicho que ya cogía el coche hacia mi casa. Y yo, aún con las legañas pegadas a las pestañas, no sabía ni en qué mundo vivía, y mucho menos que habíamos quedado. De hecho, no recordaba que hubiésemos quedado esta mañana de domingo, pero ella me ha asegurado que me lo dijo hace unos días. Al parecer me propuso ir al local de ensayos con ella y la banda para que me enseñase algunas de las nuevas canciones y acepté sin pensármelo. Y me lo creo, pero de verdad que no lo recuerdo.

Así que he saltado de la cama a trompicones y, con la vista borrosa, me he metido en la ducha para espabilarme. A pesar de que he intentado ir tan rápido como me lo ha permitido el cuerpo, entre secarme el pelo, peinarme y vestirme, he tardado más de la cuenta y cuando Miriam me ha llamado de nuevo para avisar de que ya estaba abajo todavía me quedaba calzarme, organizar las cosas y desayunar. Teniendo en cuenta lo estricta que es con la puntualidad, me extraña que no haya subido ella misma para tirarme de los pelos escaleras abajo.

Hago breve mi paso por el baño, me pongo unas deportivas y, tras meter en los bolsillos de la chaqueta las llaves, la cartera y el móvil, salgo rápido por la puerta sin despedirme de nadie, ya que un domingo a estas horas mis compañeros de piso aún tienen toda una mañana de sueños por delante. A mi me espera un día lleno de música de mi cantante favorita así que no me voy a quejar de madrugar.

En cuanto abro la puerta del portal puedo ver el coche de Miriam parado en doble fila justo delante de mi edificio. Está seria y mueve la cabeza de izquierda a derecha. No suelo ser impuntual, pero es que de esto no me acordaba y me ha pillado con un pie en la casa de Morfeo. Miro a ambos lados y, cuando compruebo que la carretera está vacía, la cruzo dándome una pequeña carrera.

-Buenos días, guapísima. – Saludo cuando me siento en el asiento del copiloto. Acto seguido, me vuelco hacia la gallega y me la como a besos. Si hay una forma de evitar sus broncas es ablandarle el corazón y, por suerte, no se me da nada mal. – Qué bien te queda la coleta así alta.

-Ni cinco segundos en mi coche y ya estás haciéndome la pelota. – Todavía tengo su cabeza entre mis manos, así que aprieto especialmente sus mofletes, de manera que pone morritos involuntariamente y puedo besárselos. – ¡Qué me haces daño! – Protesta.

-Qué exagerada. – Le doy un breve y último beso sobre los labios y me aparto para abrocharme el cinturón y que ella se ponga manos al volante. – Arranca, anda. Que los de la banda me van a odiar por hacerte llegar tarde.

-Si ni siquiera te acordabas de que habíamos quedado.

-Y sigo sin acordarme, Miriam. – Confieso. – Me lo dirías cuando estaba en el quinto sueño, con los auriculares puestos o follando, pero seguro que en un momento en que no estaba cien por cien atenta a lo que hablabas. – De pronto, la chica se empieza a reír mucho. A carcajadas. Y no ha sido por lo que he dicho, porque tengo bromas mejores que no le han hecho tanta gracia, y menos aún si se suponía que estaba enfadada por mi olvido y por haber llegado tarde. - ¿Qué pasa? – Pregunto contrariada. - ¿Me explicas?

-Que lo mejor de que seas olvidadiza es que puedo aprovecharme de ello. – Admite cuando encuentra un pequeño espacio entre sus risas.

-¿Qué dices?

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora