18. Verdades que escuecen y retos que encienden.

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NARRA MIRIAM

-Te juro que fue así. – Afirma Silvia con vehemencia, clavándole la mirada a Mimi.

-Anda ya. No me tomes el pelo que eso no se lo cree nadie. – Responde la cantante.

-Que estaba loquita por mí.

Si me hubiera contado otra persona lo que acaba de relatarnos Silvia quizás no me lo creería, pero siendo ella tengo claro que no se ha inventado ni una coma, a pesar de que va un poco achispada por el vino. Al parecer, un día llegó a un examen cuando ya había terminado porque hubo un problema en el hospital con su hermano. No había nadie en la clase y tampoco encontró a la profesora ni en los pasillos ni en su despacho, así que la llamó. Quién sabe por qué tenía su número. Ella le dijo que ya estaba llegando a su casa, y a Silvia se le ocurrió pedirle la dirección para ir y contarle el motivo por el que había faltado al examen. Es surrealista que la mujer aceptara, pero más aún lo es que acabó haciendo ese examen en el salón de su casa compartiendo cervezas.

-Se le podía haber caído el pelo. – Aporto mi dosis de cordura frente a las risas del resto. Es lo que tiene ser la única que no ha bebido alcohol porque tiene que coger el coche de vuelta. - ¿Nadie se sorprendió de que en la lista de notas estuviera la tuya a pesar de no haber ido?

-A lo mejor alguien se sorprendió, pero desde luego nadie dijo nada. – Responde. – Yo saqué mi merecido diez. – Resuelve orgullosa.

-Qué cabrona. – Dice Mimi. – ¿La profe estaba buena?

-Tremenda. – Silvia alza las cejas. – Tendría treinta y pocos y llevaba muy poco tiempo dando clases.

-¿Te la ligaste entonces? – Se interesa Lucía.

-A esa profe no, pero...

-Calla un poquito que el vino te ha soltado la lengua, bonita. – A pesar de la interrupción que le hago, la castaña se ríe y me da un beso.

Entre Silvia y yo existe una especie de pacto no consensuado que se basa en no hablar de sus relaciones pasadas. Por su personalidad, su vida y lo que ha ido dejando caer, presupongo que son muchas y muy variadas. Recuerdo cuando nos encontramos en un bar con aquella chica con la que había tenido algo o esa fiesta en la cual estaba María y reconoció, aunque sin dar detalles, que entre ellas había habido más que palabras en sus años de universidad. Si junto estas experiencias a comentarios que ha dejado caer, sumo dos más dos y me encuentro con quién sabe cuántas chicas con las que se ha acostado.

Ella no conoce la vergüenza y, excepto aquello que tiene que ver con sus padres y su hermano, no le cuesta nada hablar de todo. Por eso he llegado a la conclusión de que si no me ha contado más de sus relaciones pasadas es por mí. Quizás para protegerme o quizás porque le ha sido sencillo leerme el rostro descompuesto cuando alguna vez ha salido el tema. Porque no puedo negar que a mí me incomoda muchísimo. Me hace sentir insegura y pequeña saber que ha estado con tantas personas, por eso prefiero empujar ese tema hacia fuera cuando se me pasa por la cabeza.

En ese sentido creo que tiene mucha más experiencia que yo, no solo porque ella es la primera chica con la que estoy, sino por la forma en la que habla de ello. Además, una pequeña parte de mí tiene miedo de no ser más que una chica más de esa larga lista. A pesar de que ya me ha demostrado que no es así, el problema es mío y de las inseguridades que a veces salen a flote.

-¿Y qué hacemos ahora? ¿Tomamos las copas en algún bar o qué? – Pregunta Mimi una vez nos encontramos en la puerta del restaurante en el que hemos cenado.

-No, no. Que sino Miriam no va a poder beber. – Dice Lucía, que parece la menos afectada por el vino. – Vamos a vuestra casa y así puede disfrutar ella también.

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora