26. Un giro de guion y una propuesta sin pronunciar.

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NARRA SILVIA

Lo tengo todo listo. La pequeña maleta cerrada y una mochila a la espalda cargada de provisiones para sobrevivir a un viaje de cerca de cuatro horas en autobús. Está lo que yo he metido, que son unas chucherías por si me entra el bajón de azúcar, y lo que me he encontrado dentro, que es un bocata de tomate y jamón que me ha metido Miriam justo antes de salir de casa. A veces me quejo de que es como una abuela, pero cuando tiene detalles como este es imposible no comérmela a besos.

El bus sale a las nueve y media, así que nos han citado a todos, jugadores, entrenadores y demás miembros del equipo, a en punto. La cantante ha insistido en llevarme porque dice que le parece una tontería que vaya cargada en transporte público hasta el polideportivo cuando ella tiene el día libre y puede acercarme. Por eso, mucho más puntual que si hubiera ido sola, a las nueve y un minuto estamos entrando con el coche al aparcamiento exterior, donde ya hay un grupo bastante grande de chicas esperando. Le pido que pare un poco antes de llegar a donde está todo el mundo para tener un par de minutos de media privacidad para despedirnos.

-Avísame cuando llegues, ¿vale? – Asiento mientras me desabrocho el cinturón. – Y mañana me dices a qué hora vuelves para que venga a recogerte.

-No hace falta. Se supone que volveremos a media tarde, así que me cojo el Metro y no tardo nada.

-Bueno, tú me lo dices por si acaso. A lo mejor tengo tanta resaca de esta noche que ni estoy en condiciones. – Bromea. Ha quedado con sus amigas en casa para enseñarles el piso, pero conociéndola dudo mucho que ella acabe con tal borrachera. – Oye, ¿cuál de ellas es con la que discutiste? – Hace un movimiento sutil con los ojos señalando al equipo. Miro a través del vidrio y la encuentro rápidamente porque acaba de salir de un coche que ha aparcado justo al lado de donde está el bus.

-La de la coleta que se está acercando al resto ahora mismo. – Miriam se gira y la observa en silencio, primero con disimulo y después con algo menos. Yo trato de no mirar al mismo lado para evitar pilladas inoportunas.

-Habla con ella y arréglalo.

-Ni de coña. – Muevo contundentemente la cabeza de izquierda a derecha. - Al menos en este viaje no, vamos. Todo lo que pueda evitarla, la evitaré.

-Bueno, pues al menos no la líes.

-Qué no, rubita. No me interesa lo más mínimo una conversación con ella, ni buena ni mala.

-Vale, fiera. – Dice, mirándome a los ojos y con una sonrisilla. – Dame un beso, anda.

Junto sus labios y los míos y pierdo la memoria. Parece que no nos vamos a ver en semanas y tan solo serán algo más de veinticuatro horas, pero qué le voy a hacer si me he adaptado a la velocidad de la luz a dormir y despertar a su lado. Cuando me doy cuenta de que estoy alargando demasiado la despedida, le doy un último beso en la mejilla y me bajo del coche. Ella se marcha diciéndome adiós por la ventanilla al poco de que cierro el maletero y saco la pequeña maleta.

Empiezo a andar hacia el grupo despacio para meditar con tiempo dónde pararme: con las jugadoras o con el resto del equipo. De primeras me llama muchísimo más acercarme a ellas, pero es que lo último que me apetece es estar cerca de Belén después de lo que pasó hace apenas un par de días. Tampoco me gusta la opción de que se sienta con el poder de apartarme de las demás, así que tomo la decisión de pararme a saludarlas un momento y luego irme con los otros que, además, es con quien se supone que tiene más sentido que esté.

-¡Hola, chicas! – Digo a la que me incorporo al casi perfecto círculo que tienen formado.

-¡Hola! – Dicen casi al unísono.

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora