19. Un masaje con mensaje y tatuarse el cambio.

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NARRA SILVIA

-Quítate los pantalones, rubita.

-No te pases, eh. - Me pide a la vez que se pone en pie y empieza a desabrocharse los botones de los vaqueros.

-¿Tanto te duele? - Pregunto con malicia. Me lo lleva negando días, pero sus muecas y andares revelan lo contrario. Mi experiencia profesional, y que la conozco bien, me permiten saber que los dolores no son pocos. Miriam termina de quitarse la prenda y se tumba en la camilla. - ¿Cuántas veces has ido al gimnasio desde que volviste de Galicia?

-Tres o cuatro.

-Entonces habrán sido seis o siete en apenas dos semanas. - Estoy completamente segura de que el número que me ha dicho es menor al real, y la mueca burlona que me dedica me lo confirma. - Todos los avances que hicimos en las vacaciones con los masajes que te hice allí se han perdido.

-Deja de regañarme y ponte manos a la obra, que para eso te pago. - Miriam me da un par de palmaditas suaves en la mejilla y se tumba.

-Ah, ¿me vas a pagar? - Camino hacia la estantería en la que tengo las cremas y cojo uno de los botes.

-Siempre te pago.

-Bueno, me debes unos cuantos euros del tratamiento personalizado que te hice en Galicia. Encima yo estaba de vacaciones, así que el precio sube. - Bromeo.

-Eres tonta, en serio. Ya te dije que te daría ese dinero, pero...

-Pero yo te dije que me lo cobraba en carnes y ya está. - Interrumpo.

Desde hace tiempo, uno de los pocos temas en los que no estamos de acuerdo es en este. Ella siempre quiere pagarme porque dice que es mi trabajo y se siente mal si no lo hace, y por el otro lado estoy yo, que no siento hacerle masajes a ella como un trabajo y que me siento mal si la cobro por ello. Se ha inventado el absurdo juego de ir dejándome por ahí el dinero sin que me entere, así que los días después de haber tenido una sesión me encuentro billetes en la funda del móvil, debajo de una taza de café o en algún bolsillo. Después tengo que encargarme de devolverlo a su cartera sin que se de cuenta, y hemos llegado a un punto en el que ya no sé si es ella la que me debe a mí o soy yo la que le debe a ella.

Pongo una playlist de éxitos desde mi teléfono en un volumen bajo, me embadurno las manos con crema y comienzo con el masaje. Sus caras ante mis presiones en los puntos precisos descubren el nivel de la lesión. Llevaba mucho tiempo cuidándose y esforzándose en el gimnasio solo hasta donde mis fichas de ejercicios le permitían, pero eso se ha acabado con la llegada del verano. Se ha ido al norte y allí ha sentido tal liberación que no ha habido ni un día en el que no saliera a correr o hiciera deporte en el jardín de su casa. Al llegar a Madrid ha sido aún peor, porque se ha visto bien y se ha exigido más de lo que podía. Cuando acabe la sesión tendrá que escuchar cosas por mi parte que no le van a gustar.

-He estado pensando en el videoclip del single. - Dice de pronto. Le estoy pasando los dedos por la rodilla y tiene mala cara, así que deduzco que habla porque mantener una conversación le ayuda a distraerse.

-Pensaba que estabas de vacaciones y tenías el trabajo a un lado. - Cito las palabras que ella misma pronunció hace unas semanas. En cuanto lo pronunció supe que no aguantaría mucho cumpliéndolo.

-Solo he estado pensando, nada más. - Componiendo y creando también, pero eso no se lo voy a recordar. - En un par de semanas tengo la reunión para hablar del videoclip y quiero llevar las ideas hechas.

-¿Y qué has pensado?

-Que no quiero estropearla ni engañar a nadie. - La última palabra se queda a medias porque emite un quejido de dolor. Disminuyo la presión sobre su piel y le pido que continúe hablando para explicarme lo que ha querido decir con eso porque no lo he entendido. - Es mi canción favorita de las que he hecho hasta ahora y además es para ti. No quiero ver el video dentro de unos años y pensar que no representa lo que sentí o que debería haber hecho otra cosa.

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora