41. El gran momento y una nueva preocupación.

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-Madrid siempre tan caótico. – Comenta mi madre desde el asiento del copiloto de mi coche. Silvia y mi padre van en la parte posterior porque ella se ha encabezonado, muy amablemente, en dejar a la mujer en la zona delantera porque sabe que se marea. Nada más salir del aparcamiento de la estación nos hemos topado con un pequeño atasco que se ha provocado porque un par de coches se han chocado en una rotonda. Hemos estado un rato parados y nos empezamos a mover lento y mal. – No sé cómo podéis vivir aquí y mantener la cordura.

-No la mantenemos, Marité. La perdimos hace tiempo. – Vacila la fisioterapeuta.

-¿Siempre has vivido aquí? – Pregunta mi padre a la chica.

-Toda la vida, así que imagínate hace cuánto me volví loca.

-La calidad de vida de Galicia es mucho mejor, pero Madrid también tiene cosas buenas. – Advierto. – Para mi trabajo es mucho más fácil estando aquí. Además, siempre puedes hacer mil planes diferentes, eso me gusta.

-¿Cómo es la zona en la que vivís? – Se interesa mi madre.

-No está muy lejos del piso de Mimi. Es un barrio relativamente tranquilo, aunque alguna vez sí que se agita un poco porque estamos muy cerca del núcleo de la ciudad. Sobre todo, los fines de semana. – Explico.

La zona es perfecta para mí, pero intuyo que mi madre no va a pensar lo mismo así que lo mejor es ponerla en sobre aviso. Para ellos todo lo que no sea la calma de nuestro pueblo es un sitio en el que no se puede vivir, y les comprendo perfectamente porque estar en el norte a mí también me genera una sensación de paz inexplicable que, por mucho que adore Madrid, aquí no encuentro. Son los árboles, el aire puro, el olor a tierra mojada o simplemente que es mi origen y eso cala mucho más que todo lo demás. Sé que llegará un momento, en el futuro, en el que todo esté hecho aquí y acabe volviendo a Galicia.

-Además, hemos tenido suerte con los vecinos. – Añade Silvia. – No molestan, son civilizados y no se han quejado ni una sola vez de la guitarra de Miriam. Y eso que a veces se viene arribísima.

-No exageres. – Protesto.

-Menos mal que tus padres te conocen y saben que no lo hago.

En el coche se abre paso un silencio que le da la razón. A veces la inspiración llega, independientemente de la hora y del lugar, y no puedo contenerme. A guitarra o a piano tengo que liberar las melodías, y la castaña tiene razón en eso de que hemos tenido suerte con los vecinos, porque han sido varias las veces que ha ocurrido de madrugada y todavía no hemos descubierto ninguna en la amenaza en el felpudo. Por el contrario, tenemos una buena relación con ellos, al menos con los que hemos podido conocer.

En el piso inferior hay a una mujer muy mayor que ha hecho buenas migas con Silvia. La primera semana que llegamos al piso mi novia le dio su número de teléfono para que lo tuviera para cualquier cosa, y la señora no se ha dudado en marcarlo cuando ha sido necesario. En varias ocasiones ha bajado corriendo a ayudarla con la compra, con la televisión cuando no funciona y a alguna tarea más. Silvia siempre va encantada, la pille en pijama, recién salida de la ducha o medio dormida.

También se lleva bien con la familia de arriba, sobre todo con el niño, que cada vez que se la encuentra acaba aferrado a sus brazos para curiosearle cada uno de los tatuajes visibles, y con el hombre del abajo, el matrimonio que nos pilla justo frente a nuestra puerta o los estudiantes que comparten piso dos pisos por encima del nuestro. Siempre tiene una frase para todos cuando se los cruza en el ascensor, las escaleras o el portal. Esa faceta de vecina modelo nunca me la hubiera imaginado por parte de Silvia y descubrirla me encanta tanto como me divierte. Quizás son esos vínculos que ha establecido con ellos los que hacen que no protesten por mi música a deshoras.

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora