21. Una urbanización privada y tintes de ego.

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NARRA MIRIAM

-Vamos a llegar tarde por tu culpa. – Le reprocha Iván a Silvia mientras que esta empuja con prisa la silla hasta donde tengo aparcado el coche. - ¿Se puede saber dónde estabais?

-Me encanta que des por hecho que llegamos tarde por mi culpa. – Dice ella con una risita irónica.

-Porque te conozco.

-Pues te has colado, hermanito. – Silvia abre la puerta del vehículo y, sin darme tiempo a ofrecerle mi ayuda, carga a Iván para meterle en el interior. Aparto la silla y meto las manos como puedo para echarles un cable, aunque lo cierto es que se las apaña bien sola.

-¿Ah, sí? ¿Ha sido culpa tuya? – Pregunta el chico extrañado. Antes de responder, me siento frente al volante y espero a que Silvia ocupe su lugar en el asiento del copiloto. Quiero mirarla para encontrar en sus ojos la aprobación para develar lo que veníamos con la idea de contar. Ella me sonríe, así que doy un pasito más.

-Ha sido culpa de las dos. – Digo.

-Estábamos mirando un piso. – Suelta la castaña a la vez que se gira por completo en su asiento para mirar a su hermano.

-¿Al final te mudas?

-Nos mudamos. - Corrige Silvia. El grito de emoción de Iván no tarda en llegar y rebotar con fuerza por las paredes del interior del vehículo. – Qué me dejas sorda.

-Es que es muy fuerte. ¿Pero ya tenéis casa? Contádmelo todo, por favor.

Desde que una semana y pico atrás Silvia me pidió que viviéramos juntas medio en broma medio en serio hemos visitado una decena de pisos. Me siento como cuando, hace no tanto, mis amigos los bailarines se marcharon de la casa que compartíamos en la capital y me vi buscando desesperada un sitio al que mudarme. Ahí tuve a Mimi para echarme un cable, pero ahora es diferente. Buscamos una casa que cumpla unos requisitos, y no está siendo fácil.

En mi caso, pido que esté bien ubicada para poder moverme en transporte público de aquí para allá a cualquiera de mis compromisos, pero también que tenga aparcamiento para mi coche por si lo necesito y porque encontrar huecos libres en la zona centro es realmente difícil. Silvia ha puesto algunos requisitos más que son totalmente comprensibles y que se basan en la comodidad de su hermano cada vez que quiera venir a visitarnos. Por ejemplo, que no sea un sexto sin ascensor y que los pasillos sean lo suficientemente amplios como para mover su silla.

Pueden parecer puntos fáciles de cumplir, pero sumarlos a un precio que no se nos vaya de las manos lo complica. De los nueve o diez que hemos ido a ver, ni uno solo nos ha convencido. El que tiene aparcamiento, no tiene un baño accesible para Iván. El que tiene un baño accesible, no tiene ascensor. El que lo tiene todo, necesitas dos sueldos más para pagarlo. Por suerte, ni ella ni yo tenemos prisa, así que nos lo tomamos con calma. Aún así, la idea es moverlo todo pronto para tenerlo antes de que yo vuelva con mi trabajo. No quiero tener la preocupación de encontrar piso y hacer una mudanza en mitad del ajetreo de promocionar una canción, un álbum nuevo y grabar videoclips.

-Estamos mirando por la zona en la que vive Miriam ahora, pero está complicado. – Comenta Silvia.

-Pues no os metáis en pleno centro, que ahí os van a quitar el hígado y el riñón con el alquiler.

-Tienes razón, pero es que por el trabajo me viene mucho mejor estar por allí. – Explico.

-¿Y tú? – Pregunta ahora refiriéndose a su hermana. – ¿Esa zona está bien comunicada con la clínica?

-Sí, pero vamos. Eso es lo de menos. – Miro a la chica de reojo para ver si puedo sonsacarle algo más, pero si no se lo dice a su hermano, a mi tampoco. Ya me comentó que sus planes laborales iban a cambiar y todavía no me ha contado nada a pesar de que he intentado sacar el tema un par de veces. Cuando llegue el momento me lo dirá, pero mientras tanto me come la intriga. – Lo importante es que Miriam se atreva a contárselo a Mimi, porque a lo mejor ella nos puede ayudar a encontrar algún piso.

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora