25. Un esguince complicado y abrirse en canal.

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NARRA SILVIA

-Si lo sé no te digo nada. – Protesta.

-No me has dicho nada. – Rectifico sus palabras. – He sido yo la que me he dado cuenta solita.

-Tan observadora para unas cosas y tan poco para otras.

-Siempre lo soy.

-¿De qué color son las cortinas que compré ayer para el baño?

Justo en el centro de la diana. Sabe dónde apuntar y también tiene la puntería precisa para no fallar. Lo último que haría sería admitir que no sé ni de qué cortinas habla, así que me lanzo a la piscina con el color de la alfombrilla porque es la típica persona que combinaría ambas cosas.

-Lilas.

-Casi. – La boca se le curva con una sonrisilla de satisfacción por su éxito. – No hay cortinas nuevas para el baño. Son para el salón y son blancas.

-Eso es trampa.

En cuanto empieza a nacer su risa, aprovecho mis conocimientos de la anatomía humana para presionar con mis pulgares en un punto de su rodilla que provoca que emita un pequeño quejido de dolor. De pronto ya no se divierte tanto a mi costa y me deja trabajar. En cuanto he visto cómo caminaba de la cocina al baño me he dado cuenta de que se ha levantado con molestias, así que a la que ha salido de la ducha ya tenía montada en el salón la camilla. Ahora que no tengo consulta no puedo cuadrarle en la agenda que venga al menos una vez por semana, pero sí puedo montarlo en casa cuando lo necesite, aunque ella no me lo pediría a no ser que llegue el momento en que no pueda ni caminar.

-Creo que eres la única persona en el mundo que vive con una fisio y no se quiere aprovechar de ella.

-No quiero mezclar lo personal con lo profesional. – Dice en tono bromista.

-Nosotras nos conocimos en el trabajo, así que eso ya lo tenemos más que superado. Me lanzabas muchísimas fichas entre masaje y masaje, rubita.

-¿Yo?

-Sí, tú. – Respondo mientras mis manos siguen masajeando su pierna. – Además, yo me aprovecho mucho de ti por tu trabajo y no pasa nada. Te pido que me cantes cada día, ¿o no?

Antes de ella, la música para mí solo era aquello que sonaba mientras hacía otras cosas. Me gustaban los grupos antiguos de rock y me tatúe una frase de Nirvana creyéndome la persona más disruptiva de mi generación. Cuando estaba de fiesta bailaba lo que me pusieran, cuando trabajaba tarareaba cualquier tema que sonara en la radio y me apuntaba al concierto de todos aquellos amigos de otros amigos con tal de que hubiera cerveza de por medio.

Sin embargo, ahora la música ha pasado a formar parte de mis días de una forma inesperada y especial. Gracias a su voz saliendo de cualquier estancia de la casa, incluso del coche o de plena calle, ahora reconozco canciones de Andrés Suárez, Bad Bunny o Dua Lipa. Le pido que me las cante o ponga otra vez, que me descubra sus títulos o que me hable de sus melodías. También tengo la suerte de que se relaciona con otros cantantes y puedo saber de músicos de los que jamás tendría noticias si no fuera por ella. Incluso, a veces, me lleva a sus conciertos o me los presenta. Pero, sin lugar a dudas, que me pueda cantar o componer en directo, a solo unos centímetros, es lo más increíble que me ha regalado y que me regalarán nunca.

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Todas las dudas respecto a mi cambio de trabajo se esfumaron el primer día que puse un pie en las instalaciones deportivas. Me hicieron sentir como en casa y, por algún motivo que desconozco, los responsables del Club estaban especialmente interesados en que fuera como fuera trabajase con ellos. Todo lo ponían a favor para que no pudiera rechazar su oferta. Al parecer han sido varias las personas que les hablaron muy bien de mí, y sospecho que el jugador de baloncesto al que solía recibir en mi consulta y sus amigos tienen mucho que ver con eso.

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora