40. Una puta exclusiva y nada grave.

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NARRA SILVIA

-Pero no le des con la puntera, gilipollas. Te vas a romper un dedo. – Me regaña Ruth, que trae otro balón rodando con el pie y lo sitúa justo frente a mí. El anterior ha acabado en la verja que hay tras la portería, al menos a cinco metros a la derecha de esta.

-Así va más fuerte.

-No es una cuestión de potencia, sino de calidad. – Señala. – Tiras el último y nos vamos, que he quedado. – Hace ya unos diez minutos que ha acabado el entrenamiento, pero ella y yo nos hemos quedado un rato en la cancha porque le he pedido que me ayude con esto de dar patadas a los balones. – Venga, aléjate unos pasos como te he enseñado y chuta.

Lo de dar los pasos hacia atrás lo hago como una puta profesional. Me siento Messi con el balón en los pies, aunque apenas le he visto jugar más de cinco minutos en toda mi vida. El fútbol nunca ha sido mi deporte, aunque en el colegio me apuntaba a todos los partidillos para pasármelo bien con mis amigos y acabar con los pantalones manchados por todas partes. Cuando he retrocedido unos cuantos metros, miro a portería y veo a la portera haciéndome un gesto con el pulgar en alto en señal de que esta preparada. No darle con la puntera, que no se vaya tres metros por encima del poste y, si hay suerte, que sea gol. No puede ser tan difícil.

Empiezo la carrerilla visualizando el balón y levanto la cabeza cuando estoy a punto de darle con todas mis ganas, porque calidad no tengo así que, por mucho que diga Ruth, tendré que valerme de mi fuerza. La pelota, milagrosamente, acaba dentro de la red. No es el mejor gol del mundo y Susana no se ha esforzado demasiado por pararla, pero ha cruzado la línea y con eso me conformo. Ya me centraré más adelante en eso de que entre por las escuadras.

-Mucho mejor. – La futbolista levanta la mano para que se la choque con una sonrisa de entrenadora orgullosa.

-Aprendo rápido.

-El próximo día empezaremos a correr controlando la bola.

-No sé si tan rápido. – La chica se ríe, pero no lo digo en broma. De siempre se me habían dado mejor los deportes que se practicaban con las manos, como el baloncesto, el vóley o el balonmano. De cintura para abajo controlo bastante peor mis extremidades. – Pero lo lograré.

-Ni siquiera sabes aún si se va a hacer ese partido solidario. – Señala mientras caminamos hacia la banda.

-Claro que se hará. A Miriam se le ha metido entre ceja y ceja. Es capaz de plantarse aquí y hablar personalmente con el director. – No me lo invento, me lo dejó caer hace un par de mañanas mientras desayunábamos. Ese día hablé con Iker, le conté la idea y me dijo que se encargaría de hablar con los altos cargos para ver qué les parecía la idea. – Y para cuando ese partido ocurra, yo ya seré lo suficientemente buena como para que no me deje en ridículo.

-¿Se le da bien el fútbol?

-¿Se le da algo mal? – Pregunto. Cogemos las bolsas del banquillo y seguimos caminando, esta vez hacia los vestuarios. No tengo que cambiarme porque para tirar unos cuantos balones no me he puesto nada especial, pero Ruth acaba de terminar de entrenar y se querrá cambiar. – Bueno, hay una cosa que se le da terriblemente mal.

-¿El qué?

-Dar masajes. – Bufo y trato de quitarme de la cabeza el recuerdo del último que me dio hace unas semanas cuando me quejé de un dolor de espalda. Siempre aprieta de más o de menos y no hay manera de disfrutarlo. Le faltan unas cuantas lecciones.

-Eso lo dices porque tú pones el listón muy alto en esas cosas de fisio.

-No, es que es terrible. Créeme. – Insisto. – No sé cómo puede usar las manos tan bien para unas cosas y tan mal para otras.

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora