13. Unas palabras al oído y algunas preguntas incómodas.

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-No vayas a tocarme el culo, te lo advierto. - Me dice Miriam cuando vamos de camino a casa de sus abuelos dando un paseo. Según ella no merecía la pena coger el coche porque está muy cerca, pero llevamos ya andando casi diez minutos y todavía no hemos llegado. - Ni a besarme con lengua.

-Qué no, mujer.

-Y por supuesto no digas ninguna burrada de las tuyas delante de ellos.

-Si quieres entro con bozal y unas esposas. Así te quedas más tranquila. - Bromeo, parándome en seco en el camino de tierra que estamos recorriendo. Ella resopla, sonríe, y me tira del brazo para que vuelva a andar a su lado. - Qué poquito te fías de mí.

-Perdona, amor. - Normalmente cuando pronuncia apelativos cariñosos como ese yo la pico diciéndole que es una cursi, aunque en realidad estoy encantada de que se refiera a mí así, sobre todo porque sus "amor" prácticamente se le resbalan entre los labios con tanta naturalidad que no pueden ser otra cosa que verdad. Sin embargo, ahora no me voy a meter en el lío de hacerla rabiar porque con los nervios que lleva encima puede acabar muy mal. - Es que quiero que vean que es en serio y que ni mi orientación ni mi relación contigo son caprichos o cosas de cría.

-Te conocen bien, Miriam. Saben que no haces las cosas por capricho ni porque seas una cría.

-Supongo que tienes razón. - Responde en bajito con la cabeza gacha mientras da patadas a las piedras como una niña pequeña.

-Estás más nerviosa tú y eso que soy yo la que se va a enfrentar a la familia entera de su novia.

Ese es el plan, aunque se haya pintado como una comida familiar más. Miriam no me ha especificado cuánta gente va a haber en esa casa, por lo que deduzco que el número será elevado. Primos, primas, tíos, tías, abuelos, etc. Ella siempre me ha dicho que los eventos en su familia son multitudinarios, y este no va a ser menos. Además, sus padres me han anticipado que todo el mundo quiere conocerme, y eso significa que ninguno se perderá la fiesta.

Mentiría si dijera que la situación me genera algún tipo de preocupación o de nerviosismo. Tengo la seguridad de que me sabré desenvolver perfectamente con todos ellos, y tarde o temprano en el día de hoy me los habré ganado. Se me pueden dar mal muchísimas cosas, pero hablar con unos y con otros haciéndome con su confianza no es una de ellas, y así me lo ha demostrado la vida. Si quiero, lo hago. Pero lo que le inquieta a Miriam no son ni sus primos ni sus tíos, son sus abuelos, y puedo entenderlo perfectamente. Por eso me he puesto como objetivo caerle bien a ambos cuanto antes para que así Miriam pueda estar tranquila el resto del día.

-Es aquí. - Miriam señala la casa que tenemos justo delante ahora. Se parece bastante a la suya. Blanca, rústica, de un par de plantas, con un pequeño patio delantero e intuyo que también uno en la parte posterior. - Seguro que ya están todos. - Dice, mirándose el reloj. Son casi las dos, lo cual es un poco tarde tratándose de ella, pero si estamos aquí a esta hora es porque así lo ha querido la cantante. Ha ido hilando planes durante toda la mañana, probablemente para retrasar el momento de llegar hasta esta casa. Le diría ahora mismo que no es para tanto, pero sería injusto porque para ella sí lo es.

-Voy bien, ¿no? - Pregunto. Son los primeros días del verano, así que hace calor, pero no tanto como para ir con todo corto. Por eso he elegido, dejándome aconsejar por la cantante, unos vaqueros de color marrón que estaban en su armario y una camisa blanca de tirantes. Además, como excepción, he reemplazado las zapatillas por unas sandalias.

-Sí, claro. - Afirma asintiendo. Ha llegado el momento y no voy a postergarlo más, principalmente por su bien. Le doy un beso breve en los labios porque no sé cuándo me dejará volver a hacerlo y vuelvo a dirigirme hacia la casa de sus abuelos cogida de su mano.

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora