29. Una comida en el parque y una disculpa inesperada.

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NARRA MIRIAM

-Para haber tenido tú la idea no está nada mal. - Comento mientras veo cómo extiende en el césped una sábana doblada que ha traído de casa.

-A veces tengo buenas ideas, rubita.

Cuando ha terminado de estirarla, se sienta sobre ella y me pide que la acompañe. De una bolsa de tela empezamos a sacar la comida que hemos preparado entre las dos. Una tortilla, pan, algo de picar, bebidas y poco más. Apenas he tenido tiempo de elaborar algo mejor porque la idea de venir a este parque se le ha ocurrido menos de una hora antes de salir de casa. Ha dicho que le apetecía hacer algo diferente y me ha pedido que me pusiera algo cómodo, que íbamos a salir. Me he enfundado unos pantalones cortos con una camiseta blanca sencilla y unas deportivas, y ella ha salido del baño con lo más parecido a un uniforme que tiene en el armario. Unos pantalones cortos negros deportivos y un polo azul cielo con el escudo del club en el pecho. Desde que tiene el nuevo trabajo la veo más en chándal que con cualquier otra ropa y estoy descubriendo que todo le favorece.

Hemos venido a este parque de enormes dimensiones a comer juntas sobre la hierba, como dos adolescentes, porque pilla cerca de su trabajo, donde tiene que entrar a las cuatro de la tarde. Tras caminar un rato hemos encontrado este sitio que es perfecto porque un gran árbol nos cobija del sol, del calor y de la gente. A pesar de que debe ser uno de los días más calurosos del verano y son casi las tres del mediodía, aquí estamos cómodas y se nos olvida que el sol quema y que los cuerpos sudan.

-Te sale bastante bien, he de reconocerlo. - Dice Silvia, que pincha un trozo de tortilla y se lo mete en la boca. - Aunque la de tu madre tiene un toque especial. Le quedan buenísimas.

-Por mucho que me pase horas a su lado haciéndola nunca me quedará igual. - Asumo. - Las madres tienen un don.

-La especialidad de la mía eran las croquetas de jamón. - La mandíbula se me tensa en cuanto lo pronuncia y no puedo responder como debería. No me acostumbro a que me hable de la parte de su familia que ya no está. Sin embargo, ella sonríe mirando al tenedor y me da unos segundos para recomponerme sin darse cuenta de mi reacción. - Te juro que le salían buenísimas. Podíamos comernos veinte cada uno sin exagerar.

-¿Y no te enseñó a hacerlas?

-Por aquel entonces no estaba yo muy interesada por la cocina.

-Ni ahora tampoco. - Replico, sacándole la lengua a modo de broma.

-Es verdad, pero me hubiera gustado aprender. - De pronto, abre los ojos y parece haber visto la luz. - Creo que tenía la receta apuntada en un cuaderno en un cajón de la cocina. Alguna vez me dijo algo de que esas eran las recetas familiares y que ya me tocaría a mí estudiármelas.

-¿Crees que seguirá en la casa?

-Tiene que seguir allí. En esa casa solo entro yo y apenas he tocado nada desde que me marché. - Afirma. - Un día me acompañas si quieres y buscamos el cuaderno. Y de paso llevamos a mi hermano, que hace poco me dijo que le gustaría ir.

-Me parece perfecto.

Que Silvia confíe en mi como para pedirme como si nada que la acompañe a su casa familiar me hace sentir una privilegiada. Aún recuerdo perfectamente cuando me llevó por primera vez. Ni siquiera sabía a dónde íbamos, pero en cuanto estuvimos dentro y lo descubrí no sé cuál de las dos se puso más nerviosa. Allí dentro todo parecía estar en pausa. Un salón sin inquilinos, una piscina vacía y cada metro cuadrado plagado de recuerdos que no son míos, pero disfruto de ellos cada vez que Silvia se abre un poquito y me los presenta. Sé lo difícil que es para ella y por eso lo aprecio tanto. Si me pongo en su lugar, no sé si podría hacerlo. Creo que construiría una caja fuerte y escondería ahí todo lo que viví y ya no tengo hasta olvidarlo. Sin embargo, ella es capaz de traer pedacitos del pasado y contarlos como si solo tuvieran parte positiva. Como si siguieran con ella. Es una de las razones por las cuales la admiro tanto.

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora