20. Un pequeño fiasco y adaptarse al pentagrama.

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NARRA SILVIA

-¿Te apetece que pida algo para comer? – Le propongo a mi hermano cuando veo al camarero llevar una bandeja llena de platos a la mesa que tenemos al lado.

-Me parece genial, pero me vas a tener que echar una mano para que no me tire las cosas encima delante de toda esta gente. – Iván alza los brazos un poco y me muestra divertido sus manos, que no reaccionan a causa de su lesión. Al principio me sentaba muy mal, incluso me dolía, que hiciera bromas sobre este tema, pero después de tanto tiempo me he acostumbrado. Llevarse a la gracia las consecuencias del accidente es una de sus armas para enfrentarse al gran problema que le acarreó el accidente.

-Yo te ayudo en lo que haga falta.

La próxima vez que el camarero nos pasa por al lado le pedimos algo para picar. Unas croquetas, unas patatas bravas y un combinado de embutidos. Llevamos sentados charlando al sol cerca de dos horas y hace poco el estómago me empezó a rugir porque no he comido nada desde el desayuno. Cuando el chico vuelve con los platos, muevo la silla para situarme al lado de mi hermano y ayudarle como me ha pedido. Hay cosas que puede comer solo, pero es bastante probable que acabe manchándose y es mejor evitarlo.

-Te noto muy calladita hoy. – Dice Iván, que me tiene calada tanto o más que yo a él. - ¿Ha pasado algo? ¿Todo bien con Miriam?

-No, no. Con ella todo perfecto.

-Menos mal, porque si hay una separación no me veo capaz de elegir. – Bromea. - ¿Entonces qué es? Porque algo hay.

Le paso una servilleta por la comisura para limpiarle la salsa de las patatas y después me limpio mis propias manos. Sí que hay algo que le quiero comentar. He estado a punto de sacar el tema en varias ocasiones en las últimas visitas que le he hecho, pero por unas cosas o por otras siempre he acabado tragándome mis palabras. Sin embargo, esta mañana al levantarme me he prometido que de hoy no pasa. En algún momento hay que hablarlo y tiene que ser ahora para no seguir postergándolo.

-Dilo del tirón, Silvia. Que hay confianza. – Insiste cuando me ve pensativa y con la vista perdida en el fondo del vaso que contiene mi cerveza. "Del tirón", ha pedido, y voy a obedecer porque si no lo hago así quizás vuelvo a casa sin haberlo hablado.

-¿Quieres venirte a vivir conmigo? – Pregunto de golpe, como si descorchara una botella de champán.

-¿A dónde? ¿A tu piso? – Los ojos se le han abierto como platos. Dudo que mi propuesta estuviera entre la lista de cosas que se le estaban pasando por la cabeza que podría decirle.

-No, hombre. En mi piso no cabe ni una mosca. La idea sería pillarnos una casita espaciosa para que estés cómodo y puedas hacer tu vida. Ya he hablado con Rosa y me ha dicho que es posible hacerlo. Tendríamos que contratar a alguien que estuviera contigo cuando yo no pueda, eso sí, pero me ha dado el contacto de varias personas de confianza y viniendo de ella me fío. – Me había imaginado teniendo esta conversación con mi hermano varias veces y en ninguna de ellas su reacción era la que tengo delante ahora mismo. Esperaba que se pusiera a gritar como un loco cuando le ofreciera vivir conmigo, pero no la seriedad ni que evitara mi mirada como está haciendo. - ¿Qué pasa? ¿No quieres?

-A ver, Silvia. No es que no quiera vivir contigo, es que no puedo.

-Sí que puedes. Rosa me ha dicho que esta persona te ayudaría en todo y que por las mañanas podrías ir a un centro para seguir estudiando y viendo a médicos que te controlen lo tuyo. – Explico.

-No me refiero a eso. – Iván levanta la cabeza y me mira directamente a los ojos. No sé explicar qué le pasa y eso me preocupa, pero de lo que estoy segura es de que se le están mezclando varias emociones, porque en un segundo me transmite felicidad y en el siguiente las ganas de llorar. – Es que no puedo hacerte eso, hermanita.

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora