16. Un enfado y dos maneras de arrodillarse.

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NARRA SILVIA

-Coges el rastrillo y vas amontonado las hojas por ahí. - Me indica Miriam, con ese marcadísimo acento gallego que le está resurgiendo, mientras señala tanto la herramienta como la zona del jardín a la que se refiere concretamente. - Si hay ramas en el suelo las apartas que luego paso yo con la bolsa.

-A sus órdenes, jefa. - Nada más responder me pongo en marcha.

-Yo voy a ir quitando las malas hierbas y recortando un poco estos árboles.

Nos hemos levantado pronto, hemos elegido ropa cómoda y ahora, cuando apenas son las nueve y pico de la mañana, ya estamos trabajando a tope. Sus padres nos pidieron que les echásemos una mano en el jardín porque, ahora que estamos en verano, les gustaría aprovecharlo más. Es una zona extensa y muy bonita, pero es cierto que tanto el mobiliario como la vegetación están descuidadas por el propio transcurso de las estaciones y hace falta adecentarlo para poder disfrutarlo.

Hoy no están en casa ni Marité ni Ramón, y ese es justo el motivo por el cual Miriam ha elegido este momento para hacerlo. Dice que no quiere que ellos intervengan, que bastante tienen con sus respectivos trabajos y que nosotras solas nos valemos. A mi me parece perfecto, porque estar a solas con ella es uno de mis entretenimientos favoritos, ya sea en Galicia, en Madrid o en el espacio.

El trabajo que requiere el patio es bastante, y no me doy cuenta hasta que no nos sumergimos por completo en él. Hay bastantes hojas, muchas ramas por recortar y recoger, mesas y sillas que limpiar y malas hierbas que tirar. Lo que creía que sería cuestión de una hora empieza a tirar hacia las tres y no sé ni cómo ha pasado el tiempo tan rápido.

-¿Hace muchísimo calor o soy yo? – Pregunta Miriam a mis espaldas. Estoy agachada en el suelo frotando con un cepillo las juntas de las baldosas de las escaleras que dan a la casa, y cuando me giro para mirarla tengo que poner una mano en la barandilla para no caerme. Pillo a la rubia quitándose la camiseta para quedarse tan solo con un top rosa deportivo y los pantaloncitos cortos que se puso esta mañana. La tengo a unos diez metros y aun así puedo distinguir la humedad de su piel y pequeñas gotitas de sudor cayéndole por cuello y abdomen. O a lo mejor me lo estoy imaginando, pero le quedan perfectas.

-Soy yo. – Respondo sin pensar.

-¿Qué?

-Nada. – Tiro el cepillo a un barreño que contiene agua y jabón, y me pongo de pie. – Podríamos hacer un descansito, ¿no? – Propongo mientras me acerco a ella.

-La verdad es que tengo un hambre... - Se quita la gorra un momento para apartarse el sudor de la frente con el dorso de la mano y me mira pensativa, seguramente dándose cuenta del repaso visual que aún le estoy haciendo. - ¿Tomamos algo y luego acabamos?

-Genial, pero primero ven un segundo. - Tiro de la cinturilla de su pantalón y la atraigo a mí de un tirón que le pilla totalmente desprevenida. - Dame un beso, ¿no? - Ella, poniendo las dos manos en mis mejillas, responde a mi petición con un casto y breve contacto de labios que me sabe a poco. Como quien tiene delante un helado de tres bolas y solo puede comerse los restos que quedan en la cucharilla. - ¿Ya? ¿No hay más?

-Tengo que ir a por algo de comer.

-Puedes perder unos segunditos conmigo antes. - Agarro su cintura con decisión y retomo el beso, esta vez alargándolo y haciéndolo más intenso. Tiene la piel ardiendo y me encanta pensar que más que por el sol es por lo que yo le provoco. Sin embargo, cuando mis manos buscan transitar por más centímetros de su piel descubierta, ella interrumpe el beso dejándome hasta con la boca abierta y se despega de mí.

-Ay, Silvia. Qué estoy sucísima y sudadísima de haber estado toda la mañana limpiando.

-A mi no me importa. - Trato de seguir con mi maniobra de seducción y pegar mis labios a su cuello, pero antes de que pueda hacerlo lo evita con un paso atrás.

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora