37. Un coche en doble fila y un hecho hipotético.

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NARRA MIRIAM

-¡Ya estoy en casa! - Exclamo dejando las llaves en el mueble del recibidor. - Dime que hay cena hecha, por favor.

Llevo desde mediodía grabando en el estudio y no hemos parado para merendar, por lo que tengo tanta hambre que me duele hasta el estómago. Voy directa al salón, donde espero encontrármela tumbada en el sofá viendo la tele o leyendo algo, pero ahí solo está mi gata plácidamente dormida. Me acerco al baño y recorro todas las habitaciones buscándola, pero no está y la casa se encuentra en absoluto silencio. Muy raro. Saco el móvil del bolsillo y veo que son las 22:47. Silvia sale de trabajar siempre sobre las nueve y antes de las diez está en casa más que de sobra. Últimamente ha habido algunos días que se ha quedado con las chicas del equipo hablando y ha tardado un poco más, pero nunca tanto. Entro En WhatsApp y reviso su conversación, pero no me ha escrito desde las cinco y media, cuando me preguntó qué tal estaba yendo la tarde y le respondí con una foto mía con los cascos en la cabeza y el micrófono cerca de la boca.

Rápidamente tecleo un "Ya estoy en casa. ¿Vas a tardar mucho?" que le llega, pero no tiene contestación. Seguramente tenía alguna reunión y se le olvidó decírmelo, o directamente se le olvidó la reunión, porque tiene la misma memoria que un mosquito. O a lo mejor se ha quedado con las chicas más rato de la cuenta. Cada vez se lleva mejor con ellas, sobre todo con Ruth y con Belén, así que tampoco me extrañaría. También me la imagino interrumpiendo una vez más un beso de esas dos futbolistas de las que tanto habla y me sale la sonrisa sola. Podría no hacer nada. Podría dejarlo estar y que simplemente descubrieran por sí mismas que no están hechas la una para la otra. Pero no. Ahí está Silvia, siguiéndolas por el polideportivo como un perro guardián para que no se hagan daño y, sobre todo, no se líen. Tan aguafiestas y tan adorable a la vez.

Cuando ya he decidido que voy a ir dándome una ducha y después la llamaré para ver si se va a retrasar mucho más, mi móvil empieza a vibrar y aparece en la pantalla un número desconocido. De normal no suelo cogerlo a no ser que insistan si no tengo el contacto registrado, pero la ausencia en el piso de Silvia y un pálpito un poco desagradable en el pecho hacen que termine descolgado antes de que deje de sonar.

-¿Si?

-¿Miriam? - Pregunta una voz femenina que no me suena.

-Sí, soy yo. ¿Quién es?

-Soy Ruth. Juego en el equipo en el que Silvia es fisioterapeuta. - Y de pronto el corazón se me acelera y contengo la respiración. Mi chica no está en casa y quien me llama es una de sus amigas, así que todo se vuelve un poco turbio y estoy segura de que ha debido pasar algo.

-¿Está bien? ¿Le ha pasado algo? - Pregunto acelerada.

-No, no, tranquila. Silvia está bien. - Se apresura a tranquilizarme, aunque algo en su tono que no me convence. - No quería que te llamara, pero creo que tienes que saberlo.

-¿Saber el qué? - Unos segundos de tensión al otro lado, como si aún se estuviera pensando si ha hecho bien en llamarme, pero al final se decide.

-Es que hemos tenido un problema y la tienen en la comisaría... - ¿Comisaría? ¿Ha dicho comisaría? La chica sigue hablando y probablemente resolviendo muchas de mis dudas, pero mi cabeza ha desconectado totalmente y mi cuerpo ya busca el bolso. ¿Qué coño hace en comisaría? - Es para que sepas que va a tardar un rato, no sé cuánto.

-¿En qué comisaría estáis? - Ya estoy sacando las llaves del coche y abriendo la puerta de casa.

-En una a un par de calles del polideportivo. Pero no hace falta que vengas, puedo acercarla cuando la suelten. - La suelten. Madre mía. Suena fatal y será aún peor, porque si la tienen que soltar es que algo ha hecho.

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora