36. Una aparición sorpresa y un regalo difícil.

1.1K 92 74
                                    

NARRA MIRIAM

La entrevista del domingo por la mañana para la radio no estuvo nada mal, incluso se podría decir que fue más divertida de lo habitual. De esas en las que los presentadores también son cómicos y te hacen juegos y preguntas que hacen que el ratito que pasas con ellos sea mucho más ameno y lo alejan de las charlas tradicionales en las que no se habla de otra cosa que no sean fechas, portadas, colaboraciones y conciertos. Y me encanta promocionar eso porque es lo que me apasiona y de lo que vivo, pero de vez en cuando se agradece salir de la monotonía y encontrarte en entrevistas donde no todo es tan predecible.

La parte buena de haber madrugado es que salimos del estudio de grabación a las diez y media, así que mi hermano y yo tuvimos casi cuatro horas para pasear por Barcelona, hacer algunas compras, comer juntos en un restaurante que nos recomendó uno de sus amigos y, sobre todo, pasar un rato juntos. Con el tema de la mudanza, los últimos meses apenas hemos compartido espacio tiempo si no era para trasladar cajas de un piso a otro o para temas de trabajo. Necesitaba un poco de su otra faceta también. La que me dice que papá y mamá llaman cada vez con más frecuencia, que Inés le ha dejado caer un par de veces que le gustaría ser madre pronto y que le encantaría ser tío alguna vez.

Eso de ser tío me repercute directamente, porque no tiene más hermanos y soy la única que puede concederle el capricho. Y lo curioso es que hasta que él no me lo ha dicho no me he parado a pensar en el tema. Quizás hemos tenido tantas piedras que quitar del camino que lo de ser madres pilla muy lejano y ni siquiera se me ha pasado por la cabeza, pero con ese frente abierto por culpa de Efrén a la hora de la comida no puedo pensar en otra cosa en lo que dura el trayecto en tren hasta Madrid.

Quiero ser madre, siempre lo he tenido claro. No lo quiero ahora ni en los años siguientes, pero me encantaría criar a un niño o a una niña en el futuro, cuando mi trabajo se estabilice y me sienta preparada. ¿Y qué quiere Silvia? Pues es un misterio, pero de pronto tiene mucha importancia para mí que ella también se vea en unos años con hijos, porque la intención es que compartamos futuro. Nunca la he visto con niños. No sé ni siquiera si los repudia y, tras darle unas cuantas vueltas con la música a tope en los auriculares, me entra el miedo a que todo el trauma de sus padres provoque que no quiera una responsabilidad así para ella. ¿Y qué pasa con nosotras si es así y queremos cosas distintas?

Por suerte para mi salud mental, antes de que me estalle la cabeza el tren para y mi hermano se despierta a mi lado. Siempre he apreciado su facilidad para dormirse en cualquier tipo de transporte. Apago la música y le informo de que hemos llegado a nuestro destino. El debate interno tendrá que esperar, y además deberá evolucionar hacia una conversación con la fisioterapeuta que resuelva todas las incógnitas que se han abierto en apenas unas horas.

Cuando vamos arrastrando las maletas por el interior de la estación hacia la zona de los taxis, el móvil me empieza a vibrar en el bolsillo y cuando lo saco veo su nombre. Lo descuelgo rápidamente y lo que espero escuchar es un "¿Cuánto te queda para llegar?", porque nuestra última comunicación fue un mensaje que le envié hace unas horas para informarle de que ya cogía el tren. Sin embargo, lo que dice al otro lado de la línea es "Mira a tu izquierda". Sin saludos ni nada. Y los pies se me paran solos casi a la vez que la respiración. Madre mía, casi doce meses después sigue dándome vueltas al corazón con solo cuatro palabras.

Mi hermano se detiene un par de segundos después, cuando se da cuenta de que ha avanzado varios pasos sin mi compañía. Me pregunta que qué pasa, pero es demasiado tarde. Ya la he visto y no puedo repartirme los sentidos tan eficazmente como para prestarles atención a ambos, así que me decanto por mi castaña favorita. Está apoyada en una pared y lleva los pantalones rotos que le dije ayer que le quedaban muy bien, aunque acabó poniéndose los pitillos que le hacen culazo. Con una mano sujeta el móvil, que todavía mantiene pegado a la oreja, y la otra la esconde en uno de los bolsillos de los vaqueros. A cada paso que avanzo en su dirección se le va ensanchando la sonrisa unos milímetros, como si estuviera programado para que suceda así.

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora