39. Cara y Cruz. Parte 2.

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NARRA MIRIAM

Decidí traerla a esta casa a las afueras de Madrid otra vez porque para mí, de alguna manera, se convirtió en el inicio de todo. Si no le hubiera propuesto venir aquí hace casi un año tragándome todos mis miedos no hubiera sabido del accidente de sus padres, de Orión y de que siempre se queda enganchada mirando al cielo, ni tampoco de su hermano y lo importante que es en cada paso que Silvia da en su vida. Nunca hace nada sin mirar por él, y esa es una de las cosas que más me gustan de ella.

Aquel día, sentadas en césped del jardín, le tocaba canciones aleatorias con la guitarra. Hoy lo que se escucha en la habitación es mi voz dedicándole cada sonido y silencio de una melodía compuesta expresamente para ella. Aparentemente son situaciones parecidas, pero a la vez extremadamente diferentes. Hemos roto todas las distancias y ella me mira fijamente y con los ojos bañados en lágrimas mientras modulo la voz y muevo los dedos por el mástil.

Hace un año sería impensable porque todo eran borrascas y dudas, interrogantes y misterios que ahora están resueltos. Ya no le importa tanto llorar si estoy delante, aunque sé perfectamente que prefiere no hacerlo. Sigue escondiéndose en el baño en los días más duros y yo le doy su espacio porque es lo que necesita. Pero en días como hoy en los que las lágrimas son de felicidad ya no tiene miedo a la formalidad ni al estrecho vínculo de ser pareja. Ahora somos nosotras, no ella y yo, y quedó muy lejos esa chica que me decía no estar preparada para estar con alguien.

-Estamos comiendo a las seis y pico de la tarde. – Dice sonriente, con la espalda pegada al cabecero de la cama. Ha insistido mucho en comer en la habitación y, aunque sabe que lo odio, puedo hacer una excepción porque esas sábanas no son mías y si se manchan las limpiarán otros. – Eso seguro que no estaba en el horario que te has hecho para hoy.

No le he hablado del horario que me había establecido para el día de hoy, pero efectivamente existe y, como acaba de afirmar, no lo estamos cumpliendo. A las seis deberíamos estar dando un paseo por los alrededores de la finca, pero puedo permitirme soltar un poco las riendas porque, si es con ella, improvisar me parece hasta divertido. Tampoco importan demasiado las horas si la tengo a ella de compañía.

-Tampoco estaban otras cosas que han pasado en esta habitación y ha merecido la pena hacerles un hueco. – La observo de reojo y ella me corresponde con una mirada traviesa de las que le quedan como anillo al dedo.

-¿No habías metido el sexo en el planning? – Cuestiona dramatizando una expresión de ofensa.

-Sí lo había metido, pero no tanto ni así. – Bajo la cabeza a mi plato de pasta.

-¿Con así te refieres a ponerte...?

-Silvia. – La interrumpo y veo cómo se ríe orgullosa. Una cosa es lo que pasa en la cama cuando me desinhibo y otra muy distinta hablar explícitamente de las prácticas sexuales que hacemos. Podría convertirme en un tomate e hincharme hasta explotar de la vergüenza, y ella lo sabe y por eso lo hace. – La semana que viene llegan mis padres.

-¿Me hablas de ellos ahora para cortarme el rollo? – Asiento. – No me lo cortas, la verdad. No soy de esas a las que les da cosa follar con sus padres en la habitación de al lado.

-Pues cuando vengan tendrás que ser de esas. – Advierto, amenazándola con el tenedor. – O te vas de casa, tu decides.

-¿Al final se quedan en casa? ¿Les has convencido? 

-Todavía no, pero estoy en ello.

-Son tan cabezotas como tú, Miriam. Y encima son dos. - Los cálculos son correctos y el resultado es que será difícil convencerlos, pero al menos debo intentarlo hasta el final porque es lo que hacemos las hijas. Al menos las que pretendemos ser buenas. - ¿Te pone nerviosa que vengan?

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora