24. La pesadilla de ayer y el sueño de mañana.

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NARRA MIRIAM

Se supone que estoy en plena vorágine de trabajo porque mi mundo vuelve a girar en torno a la música. Se supone que no tengo más minutos libres que los de la noche, y eso es si hay suerte. Se supone que me tengo que pasar el día entero en el estudio grabando y regrabando con mi grupo de gente favorita. Se supone que tengo que estar haciendo lo que más me gusta olvidándome de que es mi trabajo. Y digo "se supone" porque hoy no va a ser exactamente así, aunque Silvia ni se lo imagina.

Hoy es su cumpleaños y lo tengo todo listo para que el poco rato que podemos compartir, que es básicamente la mañana, sea increíble. Por la tarde ella tiene que ir a su nuevo trabajo en el que apenas lleva una semana y yo me iré con mi guitarra al estudio, pero las horas que hay desde este preciso instante hasta aproximadamente las cuatro de la tarde son nuestras. Me las he apañado para que así sea.

Tengo la impresión de que su cumpleaños, al igual que la navidad, no es una fecha que le haga especial ilusión. Me comentó su fecha de nacimiento sin darle demasiado importante un día de los primeros en los que quedamos, pero nunca más volvió a salir el tema. Yo grabé la fecha en mi mente a fuego sin esfuerzo porque recordar cumpleaños se me da bien, y más si es el suyo. Sin embargo, que no me haya mencionado nunca que se acercaba este día me hizo incluso dudar de mi propia memoria hasta el punto de haberle mirado a hurtadillas el carné de identidad mientras se duchaba. No me equivoqué. La fecha es la correcta y lo he preparado todo como merece aún a riesgo de que no le haga ninguna gracia.

-Buenos días. – Le aparto el pelo de la cara y le doy un beso en la sien. Sus ojos no se abren, tal y como imaginaba. Solo se retuerce y se acomoda más incluso de lo que ya lo estaba.

-No, no, no. Una de las cosas buenas de mi nuevo trabajo es que voy por las tardes y no tengo que madrugar, Miriam. Déjame dormir, por favor. – Dice de corrido y con la voz pastosa, probablemente tan dormida que ni lo piensa. Rueda un poco más, de manera que la cara le choca con la almohada.

-No es tan pronto.

-Si no pasan las diez es pronto. – Replica.

Ella es cabezota, pero yo también y tengo una estrategia convincente en la cabeza. Como a quedado boca abajo, la destapo en silencio y me subo a horcajadas a su espalda. El paso de quitarle la camiseta me lo ahorra porque tiene la costumbre de dormir con una sola prenda, y son las bragas. De primeras tengo delante su espalda desnuda, con la cicatriz y con los incontables tatuajes que tan feos me parecieron en un principio y ahora les he cogido hasta cariño. Con las puntas de los dedos me dedico a recorrerlos muy lentamente. Los primeros minutos de caricias son el preludio anestésico que da pie a la siguiente parte del plan.

Con disimulo, mis manos cada vez están más cerca de sus pechos y, aunque no dice nada, noto como se le eriza la piel y le cambia la respiración. Ese es el momento perfecto para subir el siguiente escalón. Me echo un poco sobre ella, le aparto el pelo y le beso el cuello. Primero con ternura y brevedad, y después con la lengua y de forma más lasciva. No tarda ni un minuto en darse la vuelta sobre sí misma de un gesto rápido y agarrarme de las manos para hacerme parar.

-¿Qué juego es este? – Pregunta con el ceño fruncido. No le pasa inadvertido que, en una situación habitual, si alguna de la dos se levanta juguetona suele ser ella.

-Uno con el que pretendía que te despertaras y abrieras los ojos. Y ha funcionado. – Celebro con los brazos en alto. Ahora viene el siguiente paso. El más arriesgado. Me aparto de su cuerpo y le dejo la vista libre para que pueda ver a los pies de la cama los globos y la bandeja con el desayuno que he preparado hace un rato. – Felicidades.

Silvia apoya los codos en el colchón y observa con detenimiento la sorpresa. Mientras ella calla yo trato de analizar sus emociones. No ha habido un estallido de felicidad por su parte, pero tampoco un mal gesto, así que no sé qué se le está pasando por la cabeza.

Dos versos enredados (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora