CAPITULO 38

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—¿Qué recuerdas, Cass?

No respondo y sigo mirando por la ventana.
Me encuentro sentada en la cama, con la sábana blanca cubriéndome las piernas.

—Mira, necesito que hables para…

Dejo de escuchar.

Karen dijo que sería bueno hablar con alguien y ha llamado a una terapeuta pero no la quiero. No la necesito.

Yo sé cómo lidiar con esto, tengo mi propio método no necesito que nadie me ande diciendo como debo superar, además ¿Se supone que ella me tiene que entender? No fue a ella a quien le violaron dos veces.

Ella no es la que vive y va a tener que vivir con ese dolor el resto de su vida. Así que no puede opinar, hablar o darme consejos. Simplemente no.

Es algo que puedo superar sola y espero que todo mundo pueda entenderlo. No necesito sesiones terapéuticas, o psicólogos, pastillas u otra cosa. Yo lo único que necesito es ir a mi casa.

—Me quiero ir— repito.

La terapeuta suspira.

—Tenemos que avanzar, Cass. Solamente dime qué recuerdas.

Cierro los ojos pero los vuelvo a abrir cuando siento que las manos del hombre se cierran en mi piel.

—No recuerdo nada.

No miento.

Lo último que recuerdo es haber recibido un golpe en el cráneo. Ya lo otro no se y tampoco quiero saberlo. Prefiero vivir en la ignorancia que en la realidad.

Ella me habla algo sobre el trauma postraumático pero yo solamente me dedico a mirar por la ventana viendo cómo los edificios se alzan delante de mi. Debo estar en un segundo o tercer piso.

Miro a la terapeuta y ella me devuelve la mirada, sus ojos son de un color azul muy intenso. Me hacen recordar a la familia Marchetti. Suspiro para mí misma llenando mis pulmones de aire. Un nudo se me forma en la garganta cuando el rostro de los hombres aparecen en mi mente.

—Quiero ir al baño— me levanto de la cama y con la bata puesta camino lentamente.

Siento un escozor en mi parte interior y doy pasos lentos para regularizar el dolor. Recuerdo lo que me dijo la doctora y hago una mueca, cierro la puerta detrás de mí y le coloco pestillo.

Cuando quise orinar fue lo peor. Sentía un terrible escozor y pequeños pinchazos por toda mi entrepierna. Aferre mis manos a mis rodillas y clave las uñas en mi piel dejando marcas.

Cierro los ojos con fuerza y me quedo sentada en el inodoro más de lo que me gustaría admitir.

Me lavo las manos y levanto la mirada para encontrarme con una Cassandra completamente destruida.

Tengo el lado izquierdo del rostro completamente morado, mi pelo esta desarreglado y lo siento opaco, hay bolsas negras debajo de mis ojos y me aferro al lavado inclinando la cabeza.

«Eres una maldita perra rabiosa» la voz de ese hombre inunda mi cabeza y abro los ojos llevándome una mano al pecho completamente desesperada. Miro al espejo y mi mente me engaña mostrando la sonrisa de los dos tipos a la hora de violarme.

Retrocedo y mi espalda choca con la pared, caigo al suelo y me llevo una mano al pecho.

Escucho como tocan la puerta y trato de hablar pero un sollozo se me escapa mientras la tela de la bata se arruga entre mis dedos. Gritan mi nombre y golpean la madera pero mi cuerpo se siente ausente.

Miro por todo el cuarto de baño e intento levantarme pero…

«No sabes lo que voy a disfrutar por meter mi pene en tu vagina»

—¡No!— me agarro del cabello— ¡Por favor, no!

Comienzo a arañarme los brazos sintiendo sus manos sobre mi piel. Los muslos se comienzan a convertir en un color rosa intenso cuando paso mis uñas completamente perdida.

Siento sus manos ásperas tocándome y me estremezco cuando me toman del brazo. Siento un pinchazo y miro a la chica vestida de blanco.

—Esta bien. Estás bien— dice la enfermera mientras mi cuerpo se siente pesado y siento como sus brazos me atrapan cuando caigo rendida.

Piacere (+18) © [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora