Capítulo 9

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-México-

Los hombres llegaron un poquito después, bajándose en camionetas blancas típicas de un secuestrador. Entraron a la casa sin percatarse de que estaba sentado en el sofá del lugar.

- ¡Dios que mujeres tan tetonas! - un asqueroso grito.

- Yo le metía billetes entre los calzones para verle un poco más - gritó otro y todos rieron.

Me aclare la garganta lo suficientemente fuerte como para que me vieran. Todos voltearon apuntándome con sus armas. Me levante, acomodándome el sombrero

- ¿Quien chingados eres? - me gritó uno.

- Las llaves - levante mi mano hacia ellos.

- ¿Cuales llaves hijo de puta? - me escupió.

- Para liberar a las damas - tenia la cara cubierta así que no podían ver mi sonrisa - Entréguemelas.

Todos se quedaron callados, para luego reír como unos simios descerebrados

- ¿Algo más? - me contestó burlón - ¿Una coca? ¿Unas papas?.

- Agua, si son tan amables, me muero de sed.

- Pues síguete muriendo perra - me dispararon tres veces en el pecho.

Después de tanto pinché balazo que he recibido en mi vida, ya unos tres en el pecho ni dolían.
Todos se quedaron asombrados ante mi obvio desinterés al ser disparado.

- Las llaves - extendí mi brazo otra vez.

- Eres el puto diablo - me gritó otro.

- Algo parecido - incline mi cabeza de lado - Puedo llegar a serlo si no hacen lo que les pido.

- ¿Y perder mercancía? - el que hablo se acercó a mi, colocándome la pistola en el cuello - No lo creo compadre.

Tome su muñeca, rompiéndosela poco a poco mientras gritaba en agonía, soltó su pistola y la patee hacia arriba, disparando en el estómago.

Cayó al suelo retorciéndose de dolor mientras sus compañeros lo miraban.

- Las llaves - Volví a extender mi brazo.

- Tendrás que tomarlas de nuestros fríos cuerpos muertos - todos me apuntaron con sus respectivas pistolas.

- Bien - saqué mis látigos de cadenas - Bailemos.

Todos me dispararon, me agaché, utilizando las cadenas para tomarlos de la piernas y jalar a algunos. Uno me tomo del cuello, levantándome para que me pegaran, pero lo tome a él utilizándolo como escudo, para luego quitármelo de encima y tirárselo a sus compañeros.
Con la cadena tome a uno del cuello como si fuera una cuerda de vaquero, lanzándolo a la pared, y a uno que estaba huyendo de mi lo atrapé con la otra, jalándolo a la misma pared.
Cuando los tenía a todos arrinconados, les disparé en la frente, acabando con ellos.

Ahora, a tomar las llaves de sus fríos cuerpos muertos.
Revise uno por uno, pero no estaban.
Mire alrededor extrañado hasta que me tope con un arma en mi frente.

Si nos volvemos a encontrar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora