Cuerpos calientes y húmedos se mueven a mi alrededor, puedo sentir el calor y la lujuria filtrándose en la atmósfera. Permanezco como un contraste, quieta entre el océano de movimiento. Aprieto mi bebida de color rojo brillante contra mi pecho, sorbiendo lentamente. Rachael ha desaparecido, probablemente con algún chico de fraternidad. Me encojo ante el pensamiento.
Jadeo cuando un grupo de chicas me golpea haciendo que la bebida brillante se derrame en mi pecho. Resoplo molesta, frunciendo el ceño a la vez que niego vagamente con la cabeza en su dirección.
Dejo mi copa en la barra, cruzando mis brazos sobre mi pecho para evitar que mi sostén se muestre a través de mi vestido blanco. Ojos hambrientos me traspasan con la mirada mientras los hombres dirigen sus cuerpos en mi dirección. Siento que todos me miran, esperando mi movimiento como si fuera una presa.
Una una mirada en particular me toma por sorpresa. Ojos verdes bosque perforan el aire, labios apretados, se sienta en un taburete con una bota firmemente apoyada en el suelo y la otra en el escalón.
Los tatuajes cubren sus músculos, arrastrándose como rosas silvestres por su brazo junto con rebeldes rizos chocolate. Esta callado entre el bullicio de los silbidos de los lobos y las manos que tiran de mi atención. Sostiene mi mirada, el verde helado de sus ojos hace que mi corazón martille contra mi pecho. La mano de un hombre a mi lado toma mi trasero haciendo que lo golpee, el rizado continua mirándome.
Me retiro de su espacio, tropiezo con los baños y cuando entro agarro el fregadero mientras miro mi apariencia salvaje. Un escalofrío recorre mi piel cuando pienso en las manos codiciosas y las palabras que se lanzaron en mi dirección, no estoy acostumbrado a llamar la atención y ciertamente lo agradezco. Salpico mi cara, tirando de la tela de mi vestido lejos de mi piel y empapando una toalla de papel para limpiar la mancha roja.
—Mierda— exclamo cuando la mancha solo se extiende. No tengo forma de llegar a casa y no cuento con Rachael.
Resoplando de molestia, agarro mi bolso, atravieso la puerta y me empujo contra los cuerpos. El aire frío me abofetea en la cara, mis talones repiquetean contra las calles pavimentadas mientras las farolas parpadean. Caminar es la única opción, no tengo dinero para un taxi y mi apartamento esta a solo unas cuadras.
—¿Estás bien?— habla una voz ronca, con un fuerte acento británico a su alrededor. Me doy la vuelta rápidamente, mis ojos se agrandan cuando ven los mismos orbes verdes.
—Bien— digo cortante— No quiero problemas—susurro.
—Ahora no puedo prometerte eso— sonríe dando un paso adelante mientras yo doy uno atrás— pero hay algunos imbeciles en este vecindario y no quiero que camines sola— mueve las llaves de su auto sobre su cabeza como muérdago en Navidad.
—Y, ¿Cómo sé que no eres uno de ellos?
—Supongo que tendrás que confiar en mí—murmura tomando el aro de su labio entre los dientes. Casi suelto una carcajada ante su respuesta, pero me encuentro subiendo a su auto negro mientras conduce las pocas cuadras a casa, en caso de que las cosas se pongan feas tengo un cuchillo en mi mochila y se usarlo a la perfección.
El viaje es silencioso aparte del zumbido de el motor y el ritmo profundo de su música. Su coche entra en mi complejo y suelto un jadeo cuando se vuelve hacia mí, sus labios unos centímetros más cerca para que pueda sentir su cálido aliento contra mi piel.
—Gracias— digo mirándolo, abro un poco mi mochila y empuño un cuchillo tipo karambit.
—Harry— gruñe, dándome palmaditas en la rodilla.
—Harry— repito, antes de dar una manotazo en la manija de la puerta y correr hacia mi apartamento, reviso rápidamente mi bolso, buscando las llaves mientras lo miro por el rabillo del ojo. Echo la cabeza hacia atrás cuando me doy cuenta de que Rachael tiene las llaves de nuestro apartamento.