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—Oika-kun— una voz femenina lo detuvo antes de que el mencionado saliera a toda velocidad.

El castaño se mordió el labio con nerviosismo, con la mente hecho un lío y con el corazón acelerado. Se sentía igual a este antiguo quinceañero, ese quinceañero que había entregado todo de sí a un ingrato amor. Suspiró y volteó encarando por primera vez en mucho tiempo a esa mujer que parecía una muñeca de porcelana, a esa mujer que le había endulzado el alma para dejarlo destruido sin remordimiento alguno.

No quería verla ¿Por qué estaba ahí?

Maldijo su suerte, su pasado y a su primo Iwaizumi. Él lo sabía ¿Cierto? ¿Por qué no le dijo nada? ¿Por qué?

—¿Podríamos ir a tomar algo?— preguntó la dama con esa voz dulce y femenina.

—Y...yo, tengo planes— contestó Tooru mientras hacía todo su esfuerzo por no caer ante la mirada zafiro de Kiyoko. En un pasado esos ojos azules lo habían encantado, pero esa misma miraba encerraba un abismo lleno de dolor.

Ahora sabía la diferencia entre esa mirada tan fría como el hielo y en la cálida que le proporcionaba los ojos del Cisne y supo que su lugar no era estar hablando con la que lo había convertido en lo que era y que no debía fallarle teniendo un desliz aún si eso significaba hacer un esfuerzo de tal magnitud.

—Sera sólo un momento— sonrió con ese gesto que desarmaba a quien la viera —No puedes decirle que no a tu antigua maestra ¿O sí?— cuestionó en tono divertido

Sí, sí puedo... Y debo hacerlo

La pelinegra se acercó con gesto galante e inocente para tomarlo del brazo

—Sera sólo un trago, lo prometo— volvió a sonreír mientras lo llevaba con ella hacia afuera de la academia

No, no, no. Lo prometiste

Sus pensamientos lo consumían y aún en contra de su razón su cuerpo se estaba dejando llevar por ese tacto conocido y familiar, ese tacto que hace algunos años pensó que estaba lleno de amor y cariño, pero que se había equivocado como imbécil. Por alguna razón la negativa no había salido de sus labios y ahora caminaba con una preciosa bailarina retirada hacia el bar más cercano a la Academia. Llegaron y se sentaron en la barra, Kiyoko lo miraba con curiosidad, había pasado tanto tiempo, pero aún mantenía esa mirada ingenua y llena de hambre por querer comerse el mundo, parecía algo incómodo con su presencia. Suponía era algo normal por la forma en que había acabado las cosas.

Claro que se declaraba culpable, sería muy cínico de su parte no hacerlo

—Un martini— pidió ella al barman

—Whisky en las rocas— continuó él castaño mientras el tipo detrás de la barra preparaba lo solicitado

—Ha pasado mucho tiempo ¿No crees?— Shimizu trató de iniciar conversación

—Demasiado— murmuró Oikawa mientras recibía el whisky y le daba un sorbo para hacer desaparecer el amargo sabor en su boca —Realmente me sorprendiste. Nunca pensé que fueras nuestra patrocinadora principal—

—¿No te lo dije?— Shimizu aliso su falda negra y cruzaba las piernas para más comodidad —Cuando supe que tú eras el productor no pude evitar no querer participar— soltó una pequeña risa

Mentía

Estaba seguro de eso

Casi tan seguro como lo estaba de que su corazón parecía querer salirse de su garganta

—Has crecido bastante, mi dulce niño— la dama habló con coquetería mientras su mano iba a dar a la rodilla de su acompañante y le daba un sorbo a su bebida —Parece como si fuera ayer que tan sólo tenías quince años y entrabas por primera vez a mi Academia. Siempre brillante— Shimizu se maravillaba con los recuerdos de un pasado no tan lejano queriendo ver las reacciones del castaño quien detuvo su respiración al sentir esa fina mano subir por su pierna

Oikawa la tomó y la alejó de él

Ya no era el mismo puberto hormonal y estúpido, ya no ¿Verdad?

—Shimizu-san— trató de hablar

—¿No te parece innecesario el sufijo después de que tuvimos historia?— volvió a darle otro trago al martini saboreando el dulce del licor y el castaño se aclaró la garganta juntando valor

—No sé cuáles son sus intenciones, pero le pido que deje el pasado en dónde está— pidió con amabilidad.

Kiyoko frunció el entrecejo y se levantó del taburete mientras tomaba sus pertenencias decidida a salir del bar.

Algo no estaba bien, pero pronto lo estaría de nuevo. Por supuesto, era casi una promesa egoísta, quería lo que perdió de vuelta porque siempre le perteneció, porque era suyo y porque no había encontrado a alguien que lo hiciera tan bien como lo hacia su joven estudiante quien había perdido su inocencia por primera vez entre sus sábanas, porque se le entregó y ahora venía a reclamar el ansiado premio

Se acercó al oído del castaño y depositó un beso en su mejilla dejando una leve marca de labial

—Siempre serás mi dulce niño—  susurró y se retiró dejando a un Oikawa impotente, enojado y frustrado con el mismo

¿Por qué? ¿Por qué era tan estúpido?

Pensó que ya la había superado y eso sólo había demostrado que seguía siendo el mismo niño idiota e ingenuo y se frustró, se enojó con el mismo y el alcohol ya no pareció quitarle el amargo sabor de volverse a encontrar con su amor no correpondido y con la antigua dueña de su tortura.

Se terminó el vaso de whisky de un sólo trago mientras pedía otro.

Quería olvidar, quería no sentir, quería nunca haberla conocido, quería odiarla... Pero no podía

CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora