32

433 80 29
                                    

Otra vez ahí...

Cómo todo un puto perdedor

Otra vez estaba ahogando sus penas en el alcohol, se sentía mal, devastado, destruido y aún más jodido que nunca. Su interior lloraba en silencio de forma tan amarga y dolorosa, tan llena de reproches y rencores.

Se atormentaba con la imagen de Koushi asustado, atemorizado por su presencia, como un animalito a punto de ser devorado por su cazador, tan idiota y estúpido. Un reverendo imbécil.

Las copas se servían sobre la barra de aquel bar descuidado, trago tras trago fue perdiendo la conciencia intentando olvidar lo que había hecho, tratando de olvidar su más vil pecado

¿Cómo pudo?

Que horrible persona era

Encendió un cigarro y le dio una calada mientras la primera lágrima de la noche salía, era el ser más miserable sobre la faz terrenal, poco a poco sus ojos se fueron empañando de esas finas cristalinas gotas de agua salada dando prueba de su pena insondable, sollozaba mientras seguía bebiendo el whisky de su vaso de vidrio.

Estoy cansado, soy tan imbécil y cobarde

Las lágrimas seguían cayendo libremente por sus mejillas, ya no le importaba si la gente se le quedaba viendo ya había perdido lo más importante, ya todo estaba fuera proporción y la fina cuerda a la se aferraba por fin se rompió, se quebró, se desmoronó ante sus ojos de la forma más cruel e injusta

Perdóname mi bello Cisne, por favor perdóname

Se lamentaba de mil formas, se castigaba, se sentía morir, rogaba porque alguien tuviera piedad de su alma y terminarán con su sufrimiento de una buena vez. Nada en su vida estaba bien, nunca lo estuvo y tal vez jamás lo estaría

Sentía asco de si mismo y le dio otro sorbo al licor sabor a madera, el humo del cigarrillo entre sus dedos escapaba de forma muy irreal como si tuviera una epifanía, como si anunciará el final de su coherencia y cordura.

Ya no podía más... Ya había dado todo y lo había echado a perder, era un tronco torcido que jamás enderazaria su camino, nació para hacer mierda todo lo que estaba a su alrededor, su destino siempre sería la soledad, lo supo desde muy niño donde su madre lo abandonó al cuidado de su padre, un hombre terrible que terminó siendo presa de su locura y lo dejó solo cuando por hacer una idiotez terminó en la cárcel, vivió con su abuela y fue ahí cuando se refugio en el ballet y conoció la luz resplandeciente de Shimizu quien le encantó y endulzó el alma con palabras que al llegar a sus oídos se derritieron como miel y lo colocaron a su voluntad para que al final también lo abandonará por alguien con más experiencia dejándolo destrozado, tan terrible y agobiado, tan incapaz de confiar que prometió que nunca le volverían a romper el corazón y construyó muros tan altos que fueron derrumbados por las plumas blancas de la más hermosa criatura...

Y la cagó, la tuvo que cagar porque era inevitable y porque nunca aprendió a como adorar sin lastimar.

¿Hace cuanto que no lloraba de esa forma tan desconsolada? Lo había olvidado, había pasado mucho tiempo que toda esa melancolía, soledad y depresión por fin se desbordó atacandolo con los recuerdos más desagradables de su vida.

—Mi dulce niño— Shimizu lo tomó del brazo —¿Por qué?— la bailarina vió como su ex estudiante había salido huyendo de un quien sabe qué y decidió seguirlo, no obstante no se había acercado y sólo había estado observando a la distancia como el castaño se embriagaba y sollozaba

¿Por qué? ¿Quién le había herido? No encontró la respuesta en su mirada, sin embargo la respuesta era tan sencilla como decir que era su propia culpa. Verlo tan inofensivo le lastimó el pecho.

Le acunó el rostro y le limpió las lágrimas rebeldes que salían sin permiso de su dueño

—¿Por qué viniste?— preguntó Tooru con la voz seca y monótona —¿Por qué regresaste?— cuestionó una vez más

—Por ti— dijo con firmeza la bailarina—Vine por ti— confirmó y Oikawa con la mente nublada por el alcohol y su dolor la tomó del brazo y la besó tomando por sorpresa a la pelinegra quien no daba crédito a esa acción.

El beso le supo a desgracia, a resignación, a whisky, a tabaco, a agua salada y al más delicioso triunfo

—Aquí me tienes— el castaño murmuró cerca de sus labios cuando se separó —Toma lo último que queda de mi— sentenció

***

Ambos llegaron al hotel del productor, entre besos y caricias obscenas subieron el elevador dirigiéndose a esa habitación que aguardaba por esa antigua historia de amor y lujuria.

Parecían dos animales enredadonse, el juicio de Tooru estaba nublado, había perdido la cuenta de cuánto había tomado, pero a decir verdad sólo estaba seguro que había sido una gran cantidad, se sentía mareado, desconcentrado, confundido y lastimado

No lo hagas

La ropa empezaba a ser un estorbo, las manos masculinas recorrían con seguridad ese fino cuerpo femenino mientras la llevaba al lecho

No lo hagas, no te entregues. Lo perderás para siempre

La pequeña voz de su consciencia  se hacía cada vez más lejana hasta que por fin fue callada por las atenciones de esa mujer de ojos zafiros quien lo miraba con lujuria y el más claro anhelo

Y se devoraron como bestias en un deseo tan antiguo como su propia historia, un deseo por poseer y recuperar lo pérdido y un deseo rencoroso por desaparecer de la faz de la tierra porque le habían roto el corazón y se sentía morir y ahora en signo de su hipocresía aliviaba su dolor en brazos de quién juró no volver amar, cada centímetro de su piel quemaba, ardía, dolía, se castigaba mientras tomaba esa piel blanca y su mente lo traicionaba imaginando al ser por el que latía su sentir

—Te amo... Sugawara Koushi

CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora