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Los días de invierno fueron pasando con total normalidad o eso era lo que creía la mayoría, en realidad Oikawa aún se mostraba reacio a ir a la Academia pues Shimizu seguía yendo con bastante frecuencia, Iwaizumi la había justificado diciendo que ella quería ayudarlo y que no podría rechazar a una de las mejores bailarinas de ballet retiradas. Así que el castaño hacia de todo para no encontrarla en el proceso, ya no quería malos entendidos con su Cisne, pero eso estaba realmente lejos de ser una realidad...

La presencia de Kiyoko lo agobiaba con recuerdos de un pasado doloroso y la presencia de Kageyama lo asfixiaba con la inseguridad de ser odiado por un estupidez suya.

Parecía que el destino confabulaba en su contra para hacerlo perder la cordura con una lentitud tortuosa y devastadora.

¿Por qué cuando quería dejar ir su pasado este se aferrabas con más fuerza? ¿Acaso sus pecados era de tal magnitud para recibir semejante castigo?

El humo del cigarrillo escapó de entre sus labios en una última calada mientras lo apagaba en el cenicero.

—¿Así que sigues fumando despues de todo este tiempo?— una pelinegra se acercó y acariciaba su brazo en un movimiento suave

—Solo es...— suspiró —para el estrés— Tooru se había convertido en un fumador a corta edad, durante el tiempo en el que estuvo en una "relación" con su maestra ella le había pedido más de una vez que dejara ese mal hábito a lo que el castaño aceptó sólo para poder complacerla.

Sin embargo cuando Shimizu lo abandonó Oikawa se había sumergido en más de un mal hábito como lo era fumar sino que ahora hasta perdía la coherencia con el alcohol y enredos diferentes cada noche. No obstante empezó a dejar todo eso el día que vio por primera vez a Sugawara y se convirtió más selectivo al momento de elegir a sus conquistas temporales.

Pero... Tener a la bella pelinegra frente a él le ponía los pelos de punta y su piel aún se erizaba al escuchar su voz o sentir su tacto, volviéndolo a hundir de nuevo en el tabaco para consolar la pena de su alma de manera silenciosa. No quería meter a Sugawara en esto, no. Él no lo merecía ni tampoco le concernia las idioteces que alguna vez hizo en su juventud y adolescencia

—Mi dulce niño, me parece que has olvidado que hay otras formas de tratar el estrés— la antigua bailarina habló en tono seductor mientras tenía la osadía de deslizar una de sus manos por encima del pantalón de vestir del productor rozando su miembro con claro deseo y en un intento de despertarlo para su propio beneficio.

La habitación estaba en completa soledad, Oikawa estaba seguro que nadie vendría en los próximos cuarenta y cinco minutos porque así lo había pedido y casi ordenado. Se sentía de mal humor y eso no pasó desapercibido por nadie por lo que avisó que iría a descansar un rato y a despejar su mente para regresar a los ensayos.

Todo se estaba saliendo de control y la prueba más clara era que el primer jadeo de sus labios escapó ante los atentos roces de su maestra y mentora. Ante tal gesto Shimizu se sintió complacida y procedió acercarse tomando las manos del castaño mientras las pasaba sobre su femenil cuerpo contorneando cada cóncavo y convexo que ya conocía a la perfección.

De manera inconsciente Oikawa posó sus manos en las caderas de la dama y las acercó a su pelvis con fuerza y cegado por un antiguo instinto

—Oika-kun, te has vuelto más fuerte— Kiyoko se sonrojo, pero lo deseaba, lo anhelaba y lo quería con un ardor desmedido. Sus labios se rozaron con fervor y con un sentimiento antiguo de por medio, la pelinegra cerró las distancias en un demandante beso juntando más su cuerpo y lo acariciaba con el del castaño despertando la ganas de ser poseídos el uno por el otro.

Tooru cerró los ojos mientras se aferraba a ese cuerpo y en sus memorias los ojos avellana de su más inocente amor se invocaron recordándole a quien le pertenecía y se separó con lentitud de la pelinegra con la respiración aún agitada por ese beso

—E...esto no es correcto Shimizu-san— habló a tropezones con la conciencia nublada por el remordimiento y la culpa

¿Por qué era tan idiota?

—No hay nada incorrecto si ambos queremos— Kiyoko volvió a acercarse mientras aleteaba sus pestañas en un gesto lleno de coquetería —Porque ambos queremos, no puedes negarmelo cuando tú cuerpo lo pide a gritos— pasó sus manos por su torso por encima de su camisa —Dejate llevar, cariño y recordemos viejos tiempos— susurró

Unos pasos se escucharon en el pasillo y Oikawa detuvo el avanzar de la pelinegra sosteniendo sus manos con firmeza

—No— dictaminó mientras se apartaba y se sentaba en el escritorio, cruzó una de sus piernas para disimular la incomodidad de su entrepierna que había reaccionado a los toques de la bailarina

—No entiendo que es lo que quie...— la puerta se abrió interrumpiendo y dejando al aire el cuestionamiento de Shimizu y dándole la bienvenida a un platinado con una sonrisa en el rostro mientras leía unos documentos en sus manos

—Oikawa, Iwaizumi-sama me dijo que estabas a...aqui— terminó en un susurró al ver a esa elocuente figura en la oficina del castaño que hasta ese momento había ignorado —Lo siento, no sabía que estaba ocupado— Kiyoko alzó una ceja mientras lo observaba con detenida atención

—No te preocupes Cisne, la señorita Shimizu ya se retiraba— sonrió con naturalidad y la pelinegra volteó a verlo con amenaza en sus ojos y se retiró

Koushi se acercó un poco tímido una vez que la puerta fue cerrada  y rodeo el escritorio para envolver con sus brazos al castaño quien se mostró algo incómodo, aún tenía la molestia bajo sus pantalones y esto fue notado por el peligrisbquien se confundió de sobremanera ¿Qué había pasado?

—Iwaizumi-sama dijo que no te estabas sintiendo bien y y...yo vine para ver si podría ayudar en algo— el peligris hizo un puchero mientras unía cabos en su mente

—Bello Cisne, tu sola presencia me conforta— Oikawa tomó una de las manos de porcelana y besó su dorso mientras lo hacía sentarse en su regazo aún cuando era un desastre, no quería levantar sospechas. Pero Koushi sintió que los celos le quemaba, así que accedió y se sentó mientras sus labios daban contra su cuello y depositaban un beso húmedo

—Dijiste que cuando las marcas se borrarán te haría nuevas— comentó con un sonrojo en sus mejillas y Oikawa se sorprendió, pero sonrió con un claro deseo

—¿Aquí?— preguntó y Sugawara asintió con timidez dudando de su decisión, Tooru miró el reloj. Nadie vendría

Era la oportunidad perfecta, pero  ¿Por qué tan repentino deseo? No le importó, más tarde le preguntaría, así que de un golpe quitó los papeles del escritorio y subió a Sugawara en el mismo mientras lo besaba con posesividad y lascividad y degustaba de esa piel como si fuera la primera vez.

A Sugawara no le importó que alguien entrara, es más en lo más profundo de su ser lo anhelaba para que al fin el mundo supiera que era suyo sin reservas.

Y Oikawa se entregó... porque el Cisne se lo había pedido porque quería marcarlo como suyo porque lo era, si no podría estar con él todo el día por lo menos las marcas en su espalda darían créditos a qué ya tenía dueño, que le pertenecía y nadie tenía derecho sobre él porque se había ganado el derecho a estar a su lado

Porque el príncipe Sigfrido le pertenecía únicamente al Cisne Blanco

CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora