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Los ensayos por fin llegaron a su conclusión del día de hoy, todos estaban exhausto, sobretodo el brujo de nombre Daichi pues después del descanso Oikawa no lo había dejado ni un sólo segundo en paz y parecía que se había empeñado más en hacer visibles los errores del bailarin.

—¿Quieres que te acompañe a casa?— preguntó Sawamura con una sonrisa mientras terminaba de estirar

—No quiero causar problemas, estaré bien— contestó el peligris

—No son molestias— volvió a decir

—Estaré bien, además pasaré a realizar algunas compras— le dirigió un gesto amable y tranquilizador que pintó un leve sonrojo en las mejillas del moreno.

Realmente era hermoso

Daichi se despidió en la entrada de la Academia y partió hacia su casa, Sugawara suspiró mientras miraba la calle por donde debía caminar para ir directamente a esa solitaria casa donde hace poco tiempo se sentía dichoso de compartir con la persona que más admiraba y quería, pero por cuestiones ajenas o tal vez muy vinculadas a ellos eso ahora formaba parte de su pasado. Se llevó una mano a la frente y chasqueó la lengua cuando recordó algo; había olvidado sus zapatillas en el salón, regresó sobre sus pasos volviendo a entrar a la Academia a la busca del calzado que había olvidado a causa de su distracción 

Oikawa estaba sentado en la duela de madera del salón mientras se miraba al espejo frente a él, tenía la camisa arremangada hasta los codos y la mascara que mantenía con esfuerzo por fin se cayo revelando la tristeza en sus ojos chocolate, suspiró con amargura mientras se pasaba las manos por su cabello castaño con bastante frustración. Escuchó unas delicadas pisadas y alzó la vista olvidando como respirar y conteniendo el aliento al mirarlo ahí parado, tan fino, tan precioso, tan elegante, como la más brillante estrella del firmamento imposible de alcanzar, se miraron con tanta intensidad mientras su interior pedía a gritos la cercanía del otro y poder aliviar el frío de sus cuerpos con la calidez de su mutua compañía.

El tiempo se detuvo y ninguno de los dos se movió 

—Oikawa...— susurró Sugawara con una voz tan lastimera que estremeció al mayor, sus articulaciones pedía a gritos alzarse y estrecharlo sintiéndolo tan suyo aunque ya no le perteneciera

—¿Necesita algo, joven Koushi?— trató de mantener la compostura mientras lo seguía viendo, grabando cada expresión que el platinado le regalaba

—Y...yo— miró sus zapatillas, estaba a punto de decirle que sólo había ido en busca de su calzado, pero las palabras no salían y fue su corazón el que habló —Te necesito a ti— Tooru jadeó atónito y conmocionado

¿Había escuchado bien? No quería que fuera una simple ilusión producto de sus desesperación, eso sería un golpe terriblemente bajo

—Te necesito— volvió a decir Sugawara confirmando que lo dicho no se trataba de un juego cruel de su imaginación. Oikawa sonrió por primera vez en semanas, pero sus celos le estaban jugando chueco y a su mente se evocaron las imágenes de lo que había presenciado esa tarde anulando todo buen deseo. El castaño frunció el entrecejo con molestia y se levantó del suelo mientras caminaba con dirección al Cisne, al dueño de su mal de amores y a su verdugo 

—¿Te parece divertido?— cuestionó el productor —¿Te parece divertido jugar conmigo y ese brujo? ¿Lo es?— los celos lo estaban cegando de nuevo de una forma tan cruel y devastadora, tan enfermiza que no lo dejaba ver con claridad la verdad que se abría frente a sus ojos

—¿De qué hablas?— preguntó confundido 

—¿Te gusta que te miren de esa forma? ¿Que te deseen y adoren?— seguía con esos cuestionamientos —Te confié lo más caótico de mi ser y sólo me usaste— un nudo en su garganta se formaba al decir palabra por palabra —¿Disfrutas de encantar a los hombres?—

—¿De que demonios estás hablando?— Koushi estaba confundido y enojado por las declaraciones que se le estaba levantando, esto no iba por buen camino 

—Habló de ese maldito que te besó, que se atrevió a probar lo que era mío— aquello se había escuchado más como un lamento antes que un reproche

—Oikawa, no pasó nada— Sugawara entendió que el productor estaba siendo traicionado por contextos incompletos y le dolió tal desconfianza 

—¿Le dijiste como te hice mío?— lo tomó de las mejillas y la cintura mientras lo arrinconaba contra la pared —¿Le dijiste como fui la primera persona en probarte?— besó su cuello con codicia y deseo —¿Le contaste como te retuerces cuando estás debajo de mi?— su mano se adentró debajo de la playera blanca del Cisne y este sólo temblaba asustado por el comportamiento del mayor

—Oikawa— llamó —Para— pidió al borde de las lágrimas. Sí lo deseaba, pero no de esta manera, lo acariciaba con ira y rencor que realmente lo atemorizó

—¿Le dijiste como te hago gemir mi nombre?— su rodilla se abrió pasó entre las piernas del platinado tocando su virilidad con un deseo unilateral, quería hacerlo suyo para que recodara que él era el único que lo hacía desfallecer, recordarle quien tenía el control sobre su cuerpo y que nadie le haría sentir como él —¿Le contaste todo eso o es que te avergüenzo demasiado?— susurró cerca de su oido sacandole un jadeo al platinado quien no paraba de temblar. Tooru siguió besando con lujuria y sus manos acariciaban esa piel de porcelana con envidia y coraje ¿Lo habría tocado? ¿Desde cuándo se entendían? Quería borrar toda esencia del moreno de él siendo presa de sus más bajos instintos siendo totalmente primitivo e irracional

—Para— las lágrimas salían sin control y finalmente llegaron a la conciencia del castaño quien se detuvo abruptamente sacando sus manos de la playera contraria mientras era espectador de una revelación, una donde se consideraba indigno y asquerosamente idiota. El peor de los rufianes, miró los ojos llorosos del Cisne y la culpa lo golpeó tan fuerte que se sentía débil ¿cómo pudo tan siquiera intentar hacer algo así?

El corazón le latió tan fuerte que le dolió, soltó al ave hermosa y salió de ahí huyendo de su pecado.

Cuanto se odiaba... 

CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora