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Estaba que se lo llevaba la mierda.

Qué día tan más lleno de mierda

¿Qué tanto le había durado su paz? ¿Dos semanas? Dos semanas y otra vez toda su vida parecía estar de cabeza con mil problemas sin aparente solución. Otra vez todo se estaba complicando y todo por culpa de su acciones idiotas del pasado. Kageyama lo tenía entre la espada y la pared, estaba en el peor de los dilemas y su lucha interna lo estaba matando.

Puta madre, las cosas no podrían ir peor

Oikawa estaba parado en una esquina del salón de baile mientras fumaba un cigarrillo y terminaban de tomarle las medidas, la sastre le sonrió y guardo sus cosas en su maleta mientras hacía una leve reverencia y salía dejando en soledad al productor, todos ya se habían ido, sólo quedaba él, su Cisne y la sastre. Tooru chasqueo la lengua y apagó el cigarrillo dispuesto a salir de ahí y por fin tomar un descanso, sus pasos se detuvieron cuando vió unos ojos avellana mirarlo desde la entrada, sonrió y extendió sus brazos alentando a qué se acercara.

Sugawara se acercó y lo abrazó recargando su cabeza en su pecho, se sentía triste. Los últimos días podía ver cómo el castaño era consumido por el estrés y lo aliviaba con el sabor a nicotina, casi no pasaban tiempo juntos y extrañaba sentir su calor sobre su cuerpo

—Has estado muy estresado y ocupado— murmuró

—Lo sé y lo siento, no te he dado la atención que mereces— suspiró con cansancio

—¿Puedo ayudar?— Koushi se separó y lo miró fijamente a los ojos con devoción y deseo.

—Mi bello Cisne, tú presencia ya presenta un alivio para mi— le sonrió con ternura y Sugawara cerró las distancias con un beso extrañando sentirlo cerca

Tooru se sintió maravillado ante las sensaciones que los dulces labios de su más tierno amor le regalaba y colocó sus manos en la cintura contraria para acercarlo más a él, quería tenerlo cerca, quería tener la certeza de que jamás se escaparía de sus manos, que le había vendido su alma a la persona correcta y que estarían juntos. Quería fundirse con él de la forma más codiciosa y tierna que sin pensarlo dos veces se dejó llevar por fin por sus sentimientos y profundizó el beso por iniciativa propia mientras encaminaba al peligris a la pared arrinconandolo en una pasión creciente.

Sus manos curiosas se atrevieron por primera vez en mucho tiempo en volver a explorar esa blanca y pulcra piel por debajo de su polera, se separó de sus labios y pasó a su cuello dejando besos y marcas rojizas dando prueba de que le pertenecía en toda la extensión de la palabra y que lo deseaba con ardor

—Te necesito— susurró cerca de su lóbulo y mordió ligeramente sacándole un jadeo al Cisne quien se mostraba totalmente sonrojado

—Por favor Oikawa— susurró el peligris quien se aferraba a la camisa del mayor y sentía esas manos expertas recorrer su torso brindándole calor —Hazme tuyo de nuevo— ante tal petición Tooru no objetó nada y atacó esos labios con ferosidad y una ferviente pasión, con urgencia y necesidad, con fuerza y amor

Deslizó su rodilla entre las piernas del peligris tocando con ella su virilidad para despertarlo mientras sus manos se concentraban en retirar la molesta polera dejando al descubierto esa piel de porcelana que el castaño profanaria con mordidas y besos

Las caricias eran tan sensuales y obscenas que iban subiendo la temperatura del ambiente, con cada grado más arriba una prenda del Cisne desaparecía dejándolo a merced del príncipe Sigfrido quien atentamente procuraba todas sus necesidades, tomó a Koushi de los muslos y lo alzó mientras el peligris envolvía sus piernas en las caderas del mayor. Oikawa se frotaba contra él provocando los deseos más bajos de aquel que presumía un alma tan fresca e inocente despertando la desesperación por ser tomado y aferraba más sus piernas para sentir esa cercanía

—Oikawa— jadeó encantando los oídos del productor

—Mirate Amor— besó su cuello —Te ves realmente hermoso— miró su reflejo en el espejo que había a un lado suyo—Esto es tan estimulante— pasó descaradamente una de sus manos por todo el cuerpo desnudo hasta llevar su mano a sus labios y metió dos de sus dedos en esa boquita entreabierta que tanto le tentaba humedeciendolos con el néctar de su saliva, bajo de nuevo hasta esa estrecha entrada donde empezó a dilatar esa cálida cavidad colocando más ansioso al  bailarín y retorcía entre la pared y el cuerpo del mayor del más puro placer

—Oikawa— volvió a decir su nombre entre gemidos —Por favor— suplicó

—Espera, ha pasado un tiempo— sus ojos lo miraban con lujuria, con pasión, con hambre y necesidad. Había pasado desde la última vez que estuvieron de esa forma que no había sido consciente de lo mucho que lo quería,  de lo mucho que lo anhelaba y deseaba que cada fibra de su ser quemaba con urgencia y el calor de su cuerpo lo consumían como el fuego ardiente de las brazas encendidas.

Estaba cayendo en la locura de su propia perversión y juntaba el autocontrol necesario para no ser brusco aunque el lado más primitivo de su alma pedía a gritos que lo profanara de mil formas, marcarlo, hacerlo gritar su nombre y que de retorciera, que pidiera más y que llorará porque ya no lo soportara.

—Por favor— volvió a suplicar mientras desvariaba por las sensaciones que el castaño le regalaba

Dios, como quería estar dentro de él, enterrarse tan profundo que doliera, lo deseaba tanto que quería ser el único que fuera capaz de ensuciar el blanco plumaje del ave más hermosa

Así que su cordura desapareció y sin mucha delicadeza dejó caer el suplicante cuerpo de Sugawara en su erección quien no pudo emitir un sonido alguno debido a la sorpresa de lo espontáneo que había sido y enterró sus uñas en la espalda del mayor h se mordió el labio inferior mientras sentía bcomo su virilidad se abría paso entre sus estrechas paredes

Y se devoraron con hambre, con amor combinado con la fuerza y el calor de sus deseos apasionados, con fiereza y ternura, se entregaron en un huracán de emociones desbocadas, se disfrutaron con gozo y alegría, pecaron cayendo en la más deliciosa tentación mientras esas cuatro paredes guardaban el secreto de dos amantes de un mutuo sentimiento, los jadeos y caricias continuaron repartiéndose en una danza entre cada cóncavo y convexo delineando la figura deseada de ambos y sin perderse la oportunidad de recordarle lo mucho que se amaban, porque era lo único que podían ofrecerse dentro de su presente lleno de incertidumbre y por un momento Oikawa olvidó el problema que se le avecinaba, que estaba latente igual a una bomba a punto de explotar en el momento menos oportuno.

CisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora