I: Las presentaciones a gente sospechosa son Horribles con mayúscula

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Zoya Ananenko odiaba a la gente

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Zoya Ananenko odiaba a la gente.

No era verdad, claro. Odiaba, sí, a la gente que manifestaba el asco por su carácter y que solo le interesaba su belleza. Pero era difícil hacerle notar esa pequeña diferencia a la Zoya que despertaba por las mañanas. Era una tarea suicida.

Al menos estaba sola, y el gruñido depredador de su estómago no asustó a nadie a su alrededor. Con impaciencia, se quitó las sábanas de encima e hizo sonar la campanilla. Sabía quién le esperaba fuera de sus apartamentos, y no sentía ningún placer en encontrarse a dicha persona.

Media hora después, la señorita Ananenko estaba lista. A las damas normales les habría tomado al menos una hora prepararse, pero después de ciertos roces con la ayuda de las criadas que habían terminado en desastre, había decidido ayudarlas, al menos en lo que concernía a su apariencia. No se permitiría encontrarse como un perro mojado con el resto de la Corte. Eso lo reservaba para las jóvenes recién presentadas.

A través de las amplias ventanas del palacio se divisaba el cielo azul de primavera. La chica no era especialmente fanática de esta época, pues era la edad dorada para la irritación de la nariz. Además, ver los árboles florecientes significaba que la Temporada estaba terminando, y ella se quedaría sola en la ciudad. Eso habría ocurrido en un año normal. Ahora... ahora dejaría la Corte a fines de abril para siempre y, aunque mantuviese su sangre noble, terminaría apaleando estiércol como la más vulgar de las campesinas.

¿Quién se atrevería a decir que estaba relacionado con ella después de la pérdida de su posición por su estúpido padre? Nunca más vería a sus amistades. Maldita sea, quizá sí se había atrevido a ser algo sentimental y a formar lazos con el resto. Antes de la llegada de Charlotte de Langlois a la Corte —y todos los problemas que eso acarreó para todos— era más fácil ignorar al mundo y fingir que los comentarios que hacían a sus espaldas no le afectaban. Por Dios, era Zoya Ananenko, la joven que iba a la última moda, no callaba en contra de su voluntad y desafiaba a quien pasara frente a ella a desobedecer sus deseos. No se arrepentía de nada.

—¡Señorita Ananenko! —exclamó la señorita Ulianova desde el otro lado del pasillo.

Ugh. Se había obligado a entablar una amistad con la prima de Sergéi Bezpálov quien, quitando la voz demasiado efusiva que le ponía a cada una de sus expresiones, era bastante agradable. Al menos durante los primeros minutos; al cabo de un cuarto de hora ya comenzaba a dar migrañas con sus chillidos.

A su lado, vestida con una augusta polonesa castaña, se encontraba la señorita de Rubin. Zoya se había empeñado en evitarla pero, tras casi un mes de rechazos demasiado poco sutiles, había terminado por aceptar. Además, le estaba ganando un poco de tiempo a lo que fuera que Charlotte estuviese haciendo en los jardines. Si la señorita Ananenko no interfería, Nadya Ulianova terminaría persiguiendo a la francesa en medio de la noche para una partida de faro.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora