XXV: Confesiones sorprendentemente reales ante extranjeras asesinas

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Charlotte de Langlois había sacado un cuchillo y lo había levantado hacia él con una de las expresiones más terriblemente seguras que había visto alguna vez en su delicado rostro

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Charlotte de Langlois había sacado un cuchillo y lo había levantado hacia él con una de las expresiones más terriblemente seguras que había visto alguna vez en su delicado rostro. Ya no parecía aterrada de sí misma ni de lo que estaba haciendo, como si hubiera practicado el tener el arma en la mano. No por eso Leonid se sintió intimidado; con todo y heridas en el brazo, aún era más diestro que cualquiera en el arte del asesinato. Además, la francesa se encontraba a varios metros. No haría daño desde aquella distancia.

—¿Qué hicisteis ahora? —preguntó la rubia. Leonid creyó distinguir un dejo de las expresiones de Zoya en su voz.

—¿Qué queréis? Si me disculpáis, me he herido el brazo y quiero...

—¿Con qué?

—Con unas tijeras. ¡No sois ciega!

Ella entornó los ojos.— Fuisteis vos el de los disparos, ¿no? ¿Acaso cazáis a otros al igual que a mí?

—¿Qué? ¡No!

—Entonces... ¿ya no queréis asesinarme?

Leonid suspiró.— Mirad, si dependiera completamente de mí, os degollaría en este mismo instante por intentar asesinar a la mujer que gobierna mi país y destruir la vida que mis amigos y yo conocemos, pero hay tres factores que me lo impiden. En primer lugar, mi mejor amigo os corteja. Segundo, las fuerzas externas que me empujaban a hacerlo ya no existen y prefiero sobrevivir a dar mi vida por vuestra muerte. Tercero, me han disparado y tengo dos balas metidas en el brazo. ¿Podríais ayudarme, por favor?

Charlotte se acercó un paso más, escondiendo el cuchillo detrás de ella. Dios santo, ya no soportaba la tensión entre ellos. Le habría agradecido si hubiera atravesado su pecho con un disparo.

—¿Qué habéis hecho? —repitió—. ¿Por qué?

Leonid suspiró para sus adentros. Quizá Zoya ya le había contado todo y solo quería que se lo confirmase. La señorita Ananenko era una bocazas, al fin y al cabo.

—Solo cumplía con mi deber, ¿entendido? Que ya no me obliguen a hacerlo no significa que no seáis una traidora.

—Me refería a cuál ha sido la causa de los disparos y por qué estáis envuelto en ellos, pero me conformo con vuestra respuesta. ¿Quién os obligaba?

—Señorita de Langlois, estáis caminando por terreno peligroso. Lo único que tenéis que saber es que vuestra vida sigue en peligro y no solo por mi presencia.

—¿A qué os...? Jesús, no puedo concentrarme con vuestro brazo en ese estado. ¿Necesitáis que os ayude para ir adentro?

Leonid no estaba tan seguro de esa idea. Zoya le había dicho que le ayudaría a superar sus demonios si él ponía de su parte... y acababa de asesinar a cinco hombres. No es que no se atreviera a volver por temor a las reprimendas de la señorita Ananenko —que recibiría de todas formas—, sino porque se vería obligado a encarar el hecho de que era un monstruo y no cambiaría. Dentro de su corazón aún mantenía la pequeña llama de la esperanza susurrándole al oído que algún día volvería a ser el muchacho inocente que había sido antes de que Nikita muriera.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora