XLVII: Las promesas terribles deben ser cumplidas... al menos en palabra

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Zoya debía ser sincera: había quedado atrapada en la habitación por actuar como una niña llorona

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Zoya debía ser sincera: había quedado atrapada en la habitación por actuar como una niña llorona. No tenía el valor para salir con esos tres.

Se había encerrado en su habitación en aras de que ellos se olvidaran de su ausencia. Había aprovechado de limpiar el cuarto y hacer la cama para que Lottie se sintiera más cómoda una vez volviera del paseo.

Solo entonces había olido el humo... y, con la puerta bloqueada, gritó por ayuda una y otra vez con desesperación. No iba a tirarse por la ventana para romperse las piernas a no ser que fuera absolutamente necesario. Rendida, se sentó junto a la puerta, esperando. Debía haber alguien.

Solo la voz de Leonid le había devuelto la esperanza, gritando en busca de la señorita Ulianova. Ahora ambos contemplaban el cuerpo ensangrentado e inerte sin hacer nada, mientras el fuego consumía lentamente la casa.

—Se lo prometí...

—Vamos, debemos salir de aquí —insistió ella. No iba a dejar que el señor Vyrúbov fuera consumido por la culpa. Eso era trabajo de Zoya—. Sergéi no te puede perder a ti también.

Eso pareció despertarlo, sacarlo de la macabra ensoñación en la que su mente le había metido. Zoya cargaba con el cuerpo de una sirvienta a la espalda, pero hizo ademán de ayudarle con Nadezhda.

—No —dijo, negando con la cabeza—. Yo la llevo. Es lo que se merece.

Salieron del palacio con paso lento pero constante. A Zoya le escocía un poco el hombro, como si se hubiese quemado con algo. Por Dios, niña, todo está envuelto en fuego. No seas dramática. Dejaría aquellas preocupaciones para el futuro. Por el momento debía preocuparse de llegar a sus amigos y mantener a Leonid con la cabeza alta para ser capaz de enfrentarse al señor Bezpálov.

A lo lejos, en el horizonte capitalino, solo veía a Sergéi. Claro, ella no tenía la mejor vista, pero era seguro que alguien faltaba. Algo había ocurrido. Por desgracia, no podía apresurarse ni correr. Era sorprendente lo mucho que pesaban los cuerpos de personas inconscientes.

Miró a Nadezhda Ivanovna o, al menos, su cadáver. La sangre manaba de una herida en su pecho, empapando su bonito vestido y tiñendo al tiempo las ropas del señor Vyrúbov. No, esa lesión no podía ser provocada por el estallido de un cristal. Habría hecho falta un exceso de mala suerte... o quizá no era culpa del vidrio en lo absoluto. ¿Habría estado muerta desde antes de que comenzara el incendio? Zoya habría escuchado sus gritos, ¿no?

Seguía siendo bonita. Durante las últimas semanas la señorita Ananenko casi no le había puesto atención, pero tampoco ella la había pedido. Estaba más retraída, más reservada, más callada. Ya no era la niña chillona que aborrecía en la Temporada de Invierno. Conocía demasiado bien la Corte y sus secretos como para ignorar las señales: había pasado por algo terrible que la había marchitado cual flor en una helada.

Pese a todo, la extrañaría. Había sido como una hermana para el señor Bezpálov. Por Dios, ¿cuál sería su reacción?

Conforme se acercaban, las sospechas de Zoya se confirmaron. Solo Sergéi estaba allí. ¿Dónde estaba Charlotte? ¿Por qué su silla estaba ahí, vacía? Qué desperdicio. La había arreglado con amor y ternura y la chica se dignaba escaparse. Qué falta de respeto.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora