XXII: La mejor forma de evitar tus problemas es mintiéndoles a la cara

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—Buenos días

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—Buenos días.

—Santo Dios, ¿vuestro prometido sabe que estáis aquí?

Charlotte frunció los labios.— No es mi prometido.

Violette de Rubin esbozó una sonrisa. Apoyando la espalda en la pared de la iglesia, se cruzó de brazos con impaciencia.

A pesar de la libertad que se había propuesto conseguir, la señorita de Langlois sabía que tendría que enfrentar a Violette —o Tasha, como había dicho en San Petersburgo, aunque ya no tenía ni la menor idea de cómo llamarla— tarde o temprano. Decidió terminar con el asunto lo más rápido posible y, con las señas que le había dado un tiempo atrás en la capital, logró ubicarla para enviarle una misiva que le invitara a una reunión en cualquier lugar excepto Krasnaya.

Ahora se encontraban paseando por la Plaza Roja agarradas del brazo como dos buenas amigas. Charlotte sabía que no podía confiar en ella. Esa mujer era un camaleón a conveniencia; había modificado su carácter para agradar a la señorita Ulianova y también cuando había atacado a la francesa y a Zoya en un callejón de la capital.

Tenía que hacerle creer que seguía queriendo asesinar a la Emperatriz. Solo así se desharía de ella.

—Señorita de Rubin, necesito respuestas —susurró.

—Yo estoy dispuesta a contestar preguntas, señorita de Langlois.

No se esperaba esa réplica. La rubia pensó un momento. Debía elegir con cuidado sus dudas —y sus palabras— para no dejar en evidencia sus intenciones. Detrás del tono cortés de Violette, Charlotte sabía que se escondía una mujer increíblemente astuta.

—¿Qué hacéis aquí?

Frunció los labios, reflexiva.

—¿Cómo empezar a describirlo siquiera? Mi padre me envió al extranjero a casarme con un rico desconocido que resultó ser un ludópata y desperdició todo nuestro dinero. Esa es básicamente la razón. Tuve deseos de volver desde el mismo momento en el que me fui, aunque debo decir que las ganas se me quitaron cuando vi que se levantaron contra esos malditos.

—Crecisteis rodeada de esos malditos, si me permitís recordaros.

—Sí, crecí allí al igual que vos. Pero también debo recordaros que he sido marcada como una bastarda toda mi vida. Sabíais que Fleur, vuestra querida amiga, era en realidad mi hermana, ¿no? Mi padre era un imbécil y nunca supo aceptar sus errores, por lo que siempre dijo que era la criatura de un hermano inexistente. Vuestra madre me ha informado que él ya está dos metros bajo tierra. Es lo que merece.

Charlotte no respondió. No sabía eso sobre Violette. Tampoco era como que necesitara conocer detalles de su vida personal, pero desde que la había visto por primera vez había comenzado a recordar un poco. Una chica antipática a la que Fleurie y su hermana pequeña molestaban a menudo. Un día había desaparecido. A veces enviaba dibujos del lugar en el que se encontraba, los cuales Fleurie desechaba con una risita. Fue por esos bocetos que Charlotte supo las primeras cosas sobre Rusia, aparte de los rumores que corrían en Versalles sobre sus imitaciones baratas de la gran Francia y el potencial de sus habitantes como amantes.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora