XVIII: Los sentimientos, al igual que las ofensas, no se perdonan ni se olvidan

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Zoya ya estaba cansada de discutir, y eso ya era decir mucho

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Zoya ya estaba cansada de discutir, y eso ya era decir mucho. Se había pasado la mañana entera con una migraña de los mil demonios tras el tenso desayuno, pero había decidido comenzar su ardua tarea para sacarle información a Sergéi Bezpálov.

Lo que no se esperaba era lo que había revelado. Ahora, estaba haciendo frente al más antiguo de sus amigos y enemigos.

No. No era él. Había visto la mirada asesina en sus ojos. El monstruo que había sido liberado en la noche del baile había renacido con furia salvaje. Por una vez, la señorita Ananenko tuvo miedo genuino.

—¿Ahora quieres hablar?

—¡Claro que sí, maldita sea! —rugió ella—. ¿Qué acaba de decirme tu mejor amigo?

—Te dije que no lo entenderías, Zo. Déjame solo. Haz lo que quieras con esa información. Denúnciame. Mátame. No es como que ahora me importe.

—Me tientas, Leonid Fiódorovich, pero sabes que no lo voy a hacer. Hace diez minutos estaba dispuesta a destruirte. Puede que eso haya cambiado si lo que me dijo el señor Bezpálov es verdad. ¿Quieres hablar de una vez?

—¿Para qué? Todo lo que él ha dicho es verdad, y me ha enseñado la valiosa lección de que no puedo confiar en nadie.

—Cállate, por Dios. Cierra la boca de una vez. Eres un asesino, sí, pero no lo hiciste libremente. Eres inocente. Solo eres la víctima de un sistema corrupto, tal como todos en este maldito palacio.

—Ese es el punto, Zoya. Lo disfruté. Maté gente incluso sin necesidad de hacerlo, bajo la excusa de que sabían demasiado. Cuando pruebas una vez la sangre, no puedes dejar de hacerlo. Es una adicción. Tener poder sobre la vida y la muerte es algo tan fascinante como horroroso.

—El día que mataste a mi prometido... ¿planeabas matarlo?

—No. Dios, claro que no. Nunca planeo matar gente. Cuando comienza, yo...

—No, no quiero detalles. Actuaste por instinto. Eso me basta.

Un segundo de tenso silencio se interpuso entre ellos. Zoya clavó sus ojos azules en los de Leonid, fingiendo, como siempre, que no deseaba escapar como un conejito asustado. Nunca había sentido tanto terror al ver a una persona frente a ella, y nunca había imaginado que esa persona sería Leonid Vyrúbov.

—Tú no eres un monstruo, Leonid Vyrúbov —continuó Zoya con voz pausada—. Te conozco lo suficiente para saberlo. Si ese monstruo sediento de sangre ha sido inserto en tu alma, también puede ser quitado. El rubio del que una vez me enamoré sigue ahí dentro.

—Él ha muerto junto a mi inocencia y tu respeto por la privacidad personal.

Zoya frunció el ceño. No era momento para bromas. Los ojos del joven tampoco sonreían para indicar que quería que la chica soltara una risita.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora