XXXVII: Oscuros favores por parte de un amante no tan olvidado

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A Zoya no le gustaba jugar a ser médico cuando su vida y su fortuna estaban en juego

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A Zoya no le gustaba jugar a ser médico cuando su vida y su fortuna estaban en juego.

Trataba de escribirle todo el tiempo a su primo, suplicándole que hiciera los trámites necesarios para quedarse con el dinero de Oleg, pero cada carta quedaba menos convincente que la anterior. No sabía cómo pedirle dulcemente a Alexéi, el hombre que le había quitado su herencia, que le ayudara al fin.

A su lado, Charlotte aún dormía. Debían ser cerca de las diez de la mañana, y la francesa yacía en la cama de Zoya con expresión pacífica. ¿Qué debía estar pasando por aquella rubia cabeza? Esa era una pregunta recurrente en la mente de la señorita Ananenko. Los hombres que querían asesinar a Leonid también debían de estar buscándola al tratarse de otra traidora.

Allí, sin embargo, se veía tan inocente e indefensa que nadie pensaría que era una mujer peligrosa conspirando para revolucionar todo un país. No, no es ella el enemigo. Sabía que, aunque había cortado comunicación con su madre, ella seguía controlando sus acciones.

Zoya suspiró.

   
Moscú, 16 de mayo.

Queridísimo primo:

Ya sé que no debes querer verme en este momento. Espero estés disfrutando tu luna de miel con tu adorable —Zoya reprimió una arcada escribiendo esto— esposa.

He de pedirte un favor. Adjuntaré una carta muy especial. Si te sirve para defender mi lugar en la Corte, utilízala. Si no, quémala de una vez. De hecho, sería mejor que quemaras esta también una vez leída. No me place tenerla cerca de mí.

Sabes que no saldrá nada de mis labios en contra de tu reputación. Por mi parte ya se ha cumplido el trato. Ahora espero recibir lo mismo de ti.

Y quiero que algo te quede muy claro, Lyosha. Aunque no lo demuestre, echo de menos aquellos veranos que pasábamos juntos. Eres el único familiar que me queda; el único que me ata a lo que fue mi infancia. Si quieres que desaparezca de tu vida, lo haré. Y si no, haré el esfuerzo para que me agrade Yelena y su cinismo.

Se despide con optimismo,

Zoya Gueorgievna Sutulova.

  
No se sentía bien escribir el apellido de Oleg junto a su patronímico, a pesar de que al comprometerse con él también se había comprometido con la familia Sutulov. El apellido Ananenko tenía siglos de historia. Aunque no tenía buenos sentimientos para con el hombre que se lo había otorgado, no podía evitar recordar los cuentos que habían sido transmitidos por generaciones sobre los boyardos que habían ayudado a fundar la Ciudad Dorada de Kiev, los valientes cosacos que habían luchado por la independencia de su pueblo, el viaje de la familia al norte, y el tatarabuelo de Zoya, que se había ganado el título de príncipe por salvarle la vida al zar.

Era raro dejar que toda la historia de los Ananenko se perdiera para siempre solo para lograr engañar a la Corte imperial y conseguir dinero. Sin embargo, si terminaba siendo una campesina, la historia también se hundiría con ella. No había opción.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora