VI: Hora de desenterrar muertos y hacer de cupido, ya saben, lo normal

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—Si te soy honesta, ya venía siendo hora

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—Si te soy honesta, ya venía siendo hora.

—¿Cuándo no eres honesta?

Ella sonrió mientras se daba aire con un abanico azul claro. A principios de mayo no hacía tanto calor como para ello, pero Zoya sentía que nunca podría tener suficiente del aire de la Corte. Quizá podría retenerlo hasta dejar el Palacio.

Le hacía reír lo inocente que sonaba Lottie. Aunque, siendo sincera, ella también habría sonado así de sorprendida tras recibir una declaración de amor del hombre al que había tratado de asesinar. Bueno, no es como si ella misma fuera un referente. Nunca había tenido una relación ejemplar, de todos modos.

—¿Y qué le contestaste?

—¡Que lo pensaría!

Vaya. Esa definitivamente no era la respuesta que esperaba.

—Pero... ¡¿por qué demonios hiciste eso?!

—¿Por qué crees que lo hice? ¡Imagínate que se le ocurrió preguntarme eso después de todo lo que... pasó entre nosotros!

—No te lo voy a negar, intentaste atravesarlo con una bala y van a colgarte por traidora si es que alguien más lo sabe.

Su interlocutora no respondió, pero una mirada alarmada cruzó sus ojos verdes. Como si importara que lo diga. La habitación estaba vacía y la puerta estaba cerrada. No creía que alguien les escucharía a través de las paredes y, si era alguno de los criados, sería la palabra de dos cortesanas contra la suya. A veces le gustaba hacer uso de ese tipo de facultades. Facultades que no tendrás en una semana, intentó decir una voz en el fondo de su cráneo. Zoya la ignoró.

Además, Leonid sabía todo esto y no había dicho ni una palabra. Quizá había sido por golpearle con una bandeja o romperle la nariz, pero ese monstruo no abriría la boca para delatarla. Claro, podía matar a Charlotte, aunque, si se comprometía con su mejor amigo, esperaba que el señor Vyrúbov no consideraría el quitarle la vida como una opción.

La señorita Ananenko tenía que contener las ganas de hacer una mueca o darle un puñetazo cada vez que lo veía en los pasillos del Palacio. De él era toda la culpa de su situación actual. Había asesinado a su prometido. Estuvo a punto de asesinar a su mejor amiga. ¿A quién iba a asesinar ahora? ¿A su primo?

La rusa sonrió. Al menos se reiría en su funeral.

—¿...Zoya?

—No puedo entenderte, querida. ¿Qué tienes que pensar sobre la propuesta del señor Bezpálov? Sí, es un estúpido, pero al parecer te gustan así.

Y a mí me gustan los asesinos y maltratadores. De verdad necesito un médico.

—¡Si alguien sabe que soy ya sabes qué, lo ejecutarán!

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora