XVII: ¿Los fantasmas ahora son reales? Creo que es hora de descansar un poco

73 18 18
                                    

Nadezhda Ivanovna Ulianova no podía dar crédito a lo que veían sus ojos. Un fantasma había aparecido frente a ella.

Andréi.

Se quedó en su lugar como si sus pies se hubieran vuelto hielo. Sus ojos se posaron en el mismo lugar por varios minutos, incluso cuando Andréi ya se había ido. Charlotte la tiró de la manga con insistencia.

—Señorita Ulianova, ¿qué estáis viendo?

Nadya parpadeó. No, Andréi no estaba. Quizá solo había sido producto de su imaginación. La niña que ahora se paraba en el lugar donde creía haber visto a su amante la miraba con extrañeza.

Es imposible, se dijo. Andréi no es libre. No podría venir si su amo no viene con él.

—Nada —contestó con desánimo la pelirroja.

Parecía haber sido tocada por un fantasma. El calor del tacto de la mano de Andréi Ivánkov seguía presente en su palma. No, había sido real. Estaba segura de eso.

—¿Asistiréis a la casa de la señorita Ilenko mañana? —preguntó Charlotte al tiempo en el que cerraba la puertecilla del carruaje. Un par de segundos después, comenzaron a moverse en dirección a Krasnaya.

—Supongo que sí. Era agradable.

Y debe de estar tan sola como yo. Al menos no había invitado a la señorita de Langlois lo cual, por muy mal que sonara, le hacía sentir mejor. Había personas que la distinguían y no la veían solo como la sombra de alguien.

Las dos muchachas se encontraron con Sergéi justo afuera de la sala, caminando de un lado al otro como quien espera el comienzo de una importante reunión. Estaba angustiado. Se retorcía las manos sin parar, como cuando asistía a las ceremonias de Pascua acompañado de su padre. Oh, Dios, ¿y si papá y tío Sasha han llegado ya? Se pasó una mano por los rojos rizos. No, no debía de ser así. Tío Sasha siempre se había preocupado de no interrumpir las vidas de otros con su presencia, por lo que siempre llegaba durante la madrugada o al anochecer. De seguro habían obligado al barón Ulianov a hacer lo mismo.

Pueden no seguir siendo los mismos, Nadezhda.

—¿Qué ha ocurrido? —inquirió Charlotte.

—El señor Vyrúbov y la señorita Ananenko están discutiendo ahí dentro como un par de demonios. Me aterra entrar. Lyonya está enojado conmigo por...

—Ay, Jesucristo —se quejó Nadya—, ¿qué has hecho ahora, Seryozha? No creo que sea peor que cualquier cosa que ya haya pasado.

Antes de que el chico pudiese responder, Kostya, el mayordomo, se presentó en la puerta.

—Sergéi Aleksándrovich, Nadezhda Ivanovna, vuestros padres llegarán pasado mañana.

—Gracias, Kostya —dijo la señorita Ulianova. Apenas el hombre salió de su campo de visión, soltó un suspiro agotado—. Odio esto. Quiero volver a San Petersburgo. No quiero ver a mi padre.

Más que poner atención a sus palabras, su primo y la francesa se miraban con ansiedad, como quien espera que un niño se retire a dormir para poder hablar temas de mayores. Nadezhda estaba estorbando. De nuevo. Se sentía como un obstáculo en todo el asunto. ¿Qué habrían de hablar? ¿Del asesinato? ¿De los planes de Charlotte? ¿De su plan para evadir la justicia y vivir como una vagabunda perdida en Siberia?

—Si me disculpáis, me retiro —agregó la pelirroja—. No quiero entrometerme en tu cortejo, querido primo, y tampoco tengo muchos ánimos para seguir sonriendo después de saber que papá llegará pronto.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora