VIII: Cómo robar un caballo después de hablar con asesinas (no probar en casa)

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La mañana siguiente llegó demasiado rápido

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La mañana siguiente llegó demasiado rápido.

Se había enterado de cosas bastante útiles en su visita a la vizcondesa Vyrúbova, como la noticia de que Leonid y la exasperante señorita Ulianova se iban a casar. Ahora, frente a ella, no podía imaginarla caminando hacia el altar con Leonid Vyrúbov esperándola.

En esa escena Zoya siempre se había imaginado en el lugar de la novia.

—¿Cómo ha ido vuestra estadía en Rusia, señorita de Rubin? —preguntó sin disimular el desagrado en su voz.

Esa imbécil también era culpable de su infelicidad. Por su culpa no volvería a ver a Charlotte y muy probablemente haría que condenaran a su mejor amiga por traición. Eso iba a ocurrir tarde o temprano, pero la presencia de Violette de Rubin en el Palacio parecía ser un acelerador. Además, la presencia de mendigas fanáticas del arte de los cuchillos en un lugar al que no pertenecían le hacía arrugar la nariz. ¿Por qué Zoya debía irse y una campesina desconocida tenía el derecho de entrar? El chiste no le hacía gracia.

—De maravilla, señorita Ananenko —respondió.

Charlotte y Zoya cruzaron miradas. La rubia ya le había contado sobre la conversación con Violette en los comedores mientras ella buscaba al señor Bezpálov, y a la rusa no le hacía ninguna gracia su asistencia al pequeño desayuno que había organizado la señorita Ulianova. El ambiente estaba tan tenso que se podía cortar con un cuchillo. Ni siquiera Nadya decía palabra; se limitaba a comer un macaron tan silenciosa como un gorrión. Zoya se preguntó si sería el momento indicado para cumplir con la amenaza de enterrar un alfiler en el ojo de Violette, pero quizá reservaría eso para cuando se fuera de la Corte.

¿Y si no me voy?

La conversación con Alekséi el día anterior había dado vueltas en su cabeza toda la noche. Ya se había resignado a vivir como una campesina... o a casarse con un comerciante rico y matarlo para quedarse con su fortuna. Estaba planeando sobre la marcha. El punto era que Oleg había hecho de su vida una miseria y tras su muerte lo haría peor. Si se quedaba, vería morir a la señorita de Langlois, eso era seguro. Y probablemente a Sergéi Bezpálov también. Ese último no le importaba mucho, pero a Lottie sí, así que también debía pensar en él.

Por Dios, el idiota debió de haberlo pasado horrible durante las horas en las que Charlotte le dejó en espera. No había sido una negativa rotunda, como se habría esperado de cualquier dama con algo de sentido común, y eso era todo un logro.

Bueno, la francesa le había dicho que sí y ella sí tenía algo de sentido común. La excepción hace la regla. De todas formas, en el amor todos somos unos imbéciles y no podemos avergonzarnos de ello.

Dejaría la vida aristocrática en la que siempre había vivido, pero al menos tenía información sobre Nikita y debía hablar con una persona más, aunque tendría que esperar varias semanas para ello. Mientras antes pudiera comprender por qué su antiguo prometido —y futuro esposo de Nadya Ulianova, cabe agregar— se había vuelto un salvaje asesino de inocentes conspiradoras como Lottie, mejor. Era su culpa que ella tuviese que irse. Y de su padre. Y de Oleg. Era culpa de la maldita Emperatriz y su Corte llena de reglas que la hacían parecer una sociópata por tener una personalidad.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora