XI: No, gracias, no quiero visitantes sucios y raros en mi casa

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Ese viaje estaba siendo un infierno en la tierra

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Ese viaje estaba siendo un infierno en la tierra.

A su tía no le bastaba con haber asignado a Sergéi el mismo carruaje en el que ella iba, sino que también aprovechaba cada segundo de silencio para hablar como si no hubiera un mañana. En parte su sobrino se alegraba, pues no la veía así desde que su marido y su hermano habían partido a la guerra. Sin embargo, aprendió a la mala sobre el lugar de donde Nadya había sacado su maravillosa personalidad.

Gracias a Dios se había hecho de noche y debían detenerse. A la mañana siguiente se subiría de inmediato en el carruaje de Leonid. Al menos él conocía el valor del silencio en una mente llena de preocupaciones.

La posada era modesta, por lo que usaron nada más que cuatro habitaciones para pasar la noche: una para los hombres, una para las damas, otra para las criadas y la última para los pajes y los cocheros. Todo corría por cuenta del conde Bezpálov, según lo que su tía había declarado entre su vómito verbal.

La verdad era que Sergéi no tenía ánimos para pensar en su padre. Dios, no tenía ánimos para hacer algo que no fuera llegar a Moscú al fin.

Podía sentir el roce del cuerpo de Leonid contra las sábanas de su cama tratando de encontrar la posición perfecta para dormir. La habitación estaba sumida casi en la completa oscuridad, tan solo alumbrada por la luz de la sala que se colaba por debajo de la puerta.

—Eh —lo llamó—, ¿estás despierto?

—No —respondió Leonid con un gruñido.

—Muy gracioso. Tengo un mal presentimiento. ¿Crees que mi padre...?

—¿Estará decepcionado? Claro que sí, pero eso iba a ocurrir de todos modos. Si tiene algo de normal, no lo demostrará. Han pasado dos años desde que lo viste por última vez. El hombre debe de tener algo de instinto paternal en su interior, ¿no?

—Eso espero —murmuró Sergéi.

Tenía algo de miedo. Su padre se había obsesionado con su carrera política y militar mientras su hijo crecía, y él no quería volver a eso. Le reprendería por no ser lo suficientemente inteligente o apto como para aportar al bien de Rusia. Sergéi ya estaba harto de decepcionar a la gente.

—La verdad yo tengo más miedo de ir a Krasnaya en calidad de yerno en vez de amigo por primera vez.

—No te preocupes. Si te limitas a beber vino y a hacer bromas sobre perros, tío Ivanushka te aprobará. Además, ya tiene buen concepto de ti y piensa que eres algo así como mi ángel guardián en palacio.

—Al menos tiene claro que estarías muerto sin mí.

Las risas de los dos jóvenes se escucharon en la oscuridad. Luego, el silencio sepulcral atravesó la estancia. La luz que brillaba en la sala se había apagado.

—Lyosha... ¿alguna vez has pensado en escapar de esto? ¿De la Corte, de tus crímenes, de la presión que el mundo hace sobre ti?

No hubo respuesta más que los suaves ronquidos de su amigo. ¿De qué estaba hablando? Leonid era el niño de oro. Una familia rica, un muchacho exitoso con el sexo opuesto, una apariencia impecable... Quizá estaba hablando de sí mismo. De todos modos, casi toda la gente a su alrededor esperaba que diera un paso en falso para reírse a carcajadas de él.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora