IX: Caos, cabras devoradoras de pastel, explosión de pelucas... amamos las bodas

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La desaparición de Zoya le daba mala espina

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La desaparición de Zoya le daba mala espina. Después de que su madre le dijera que ella había ido a sus aposentos solo para hablar de Nikita, Leonid sospechaba que se traía algo entre manos.

No tuvo tiempo para concentrarse en ella cuando la pareja recién casada llegó al salón.

Tras tres horas de una larga ceremonia tradicional, Leonid ya había tenido suficiente de bodas para toda una vida. Esperaba que la suya fuese la única que tuviese que presenciar en el resto del tiempo que le quedaba en el mundo. El príncipe Pravikin había optado por convidar a todos los parientes de su nueva esposa... lo cual significaba que era su culpa que hubiesen cabras comiéndose la comida del banquete.

—Al menos el olor a granja le da algo de atmósfera al asunto, ¿no? —sonrió Leonid cuando Sergéi se paró junto a él.

—Si el príncipe Pravikin se parece en algo a su prima, creo que ya debe de estar dudando de si en realidad deseaba casarse con Yelena Yusupova.

—Hablando de ella, ¿sabes dónde está?

—Char... la señorita de Langlois fue la última que la vio, y ella no sabe nada. Es extraño, ¿no? Hoy habría sido su último...

—Disculpad, señor Vyrúbov —le interrumpió Nadezhda Ulianova con una sonrisita—, ¿puedo robaros a mi primo por un segundo? Gracias.

En sus ojos grises advirtió una mirada enigmática. Ya lo sabe. Su madre debía de haberle contado sobre su compromiso. Odiaba todo el asunto. En teoría, ya casi nadie hacía matrimonios arreglados, pero quizá la situación económica de los Ulianov lo hacía necesario. Quería a Nadya, sin embargo, ese cariño era más fraternal que amoroso. El niño asustado dentro de él aún mantenía la esperanza de casarse por amor. ¿De quién se enamoraría? Ni idea. Lo más cercano que había tenido a eso era su antigua relación con Zoya, y ahora ella estaba tratando de arruinarle. Al menos eso hacía antes de desaparecer.

Y la señorita Ulianova era una romántica empedernida. Sabía que ella estaba locamente enamorada de Leonid desde que su primo había entablado amistad con él al ser presentado ante la Emperatriz. No obstante, ahora último se le veía más... apagada. Como si algo le hubiese quitado los ánimos en la vida diaria. A veces él se sentía así, aunque nadie lo sabía más que Sergéi. Las sonrisas escondiendo su miseria eran parte del disfraz.

—Buenos días, señor Vyrúbov —habló la voz de Charlotte de Langlois a sus espaldas.

Él levantó una ceja interrogante. Era la primera vez que hablaban los dos solos desde el baile y, si debía hablar con honestidad, estaba a punto de sacar su pistola de la solapa de su chaqueta para apuntarle. Era una traidora y, pese a que Leonid había dejado atrás esa etapa, aún le hacía ruido todo el asunto. ¿Quién decía que no apuñalaría por la espalda a Sergéi y le rompería el corazón con crueldad? Zoya lo había hecho, pero el señor Bezpálov ya sabía el final de ese amor no correspondido. Esto era muy distinto, y el rubio sentía el impulso de protegerlo, al menos como retribución de todos sus años de amistad. Le había escuchado incluso cuando llegó cubierto de sangre a sus aposentos y solo se había puesto a llorar.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora