XXIII: Las sorpresas inesperadas son, en efecto, desagradables

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Las primeras estrellas habían comenzado a iluminar el cielo crepuscular y tanto Leonid como Char y Nadya no habían llegado del pequeño paseo de tarde

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Las primeras estrellas habían comenzado a iluminar el cielo crepuscular y tanto Leonid como Char y Nadya no habían llegado del pequeño paseo de tarde. Sin embargo, Sergéi tenía cosas más importantes de las que ocuparse.

Nunca había tenido el palacio en sus manos ante un evento tan importante. En los años anteriores no había tenido la presión de la llegada de su padre sobre los hombros ni mucho menos el estrés de presentarle a la mujer que quería hacer su esposa.

Ya estaba seguro de esa decisión. Adoraba a Charlotte. No podía imaginarse un futuro sin ella. A pesar de todo lo que había ocurrido y el maltrato que había sufrido, seguía siendo ella misma en el fondo. Esperaba poder salvarla del oscuro agujero de mentiras que su madre había formado.

—Sois patético —dijo una voz detrás de él.

Sergéi volvió la cabeza con un respingo. Zoya Ananenko estaba sentada en un sillón revolviendo una taza de té. ¿Cuánto tiempo había estado ahí?

—¿Por qué lo decís?

—Vuestro mejor amigo se ha convertido en un extraño, vuestra prima está desolada y vuestra prometida está desaparecida. No, no sois patético; sois un idiota despreocupado.

—¿Qué ocurrió entre vosotros dos?

Zoya se levantó con lentitud y se acercó con expresión fría a Sergéi. La amenaza se respiraba en el aire entre ellos.

—Intenté convencerle de restaurar la amistad entre vosotros. Me temo que es difícil, Sergéi Aleksándrovich, pues habéis metido la pata de una forma monumental.

—Esa es vuestra culpa. Me pedisteis que os contara todo y lo hice para que lo ayudarais. ¿Lo hicisteis?

—Hablad con él y veréis. Iré a responder mi correspondencia.

¿Por qué las mujeres estaban tan obsesionadas con contestar cartas últimamente? Antes de que pudiera detenerla, la señorita Ananenko había desaparecido del salón, dejando a Sergéi a solas con sus pensamientos.

¿Sería prudente pedir la mano de Lottie? Sabía a la perfección que no se atrevería a entrar en algo serio con su vida y libertad peligrando. Sabía que no haría algo si eso significaba poner en riesgo a sus seres queridos. Sabía que no iba a aceptar. Aun así...

Nunca debió amarla. ¿Por qué diantres la adoraba? Ella había tratado de asesinarlo. Había intentado destruir la vida que conocía. Le había mentido con descaro.

Todos somos tontos en el amor, Seryozha, había dicho su tía después de que el padre de Nadya le hubiese golpeado en el vientre. Quizá ella se había dado cuenta de su error poco después. ¿Acaso estaba demasiado cegada por su cariño? ¿Era lo mismo que estaba ocurriendo ahora entre él y Lottie?

En definitiva todo se había vuelto más incómodo desde que habían llegado a Moscú. Bueno, tampoco estaba seguro de si era correcto invitar a la mujer cortejada a su palacio por una temporada. ¿Qué diría su padre cuando llegara? ¿Vería la misma desaprobación en sus ojos como solía ver siempre? ¿Estaría contento de que al fin pudiera dejar de ser tan patético en la Corte? No. Conociéndolo, encontraría un nuevo error para criticar.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora