XX: Un agradable día de caminatas y puñaladas

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Leonid sabía que tenía que acompañar a la señorita Ulianova a la ciudad, pero ser consciente de ese deber no hacía menos incómoda su ejecución

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Leonid sabía que tenía que acompañar a la señorita Ulianova a la ciudad, pero ser consciente de ese deber no hacía menos incómoda su ejecución. Tenía demasiado en la cabeza como para formar pensamientos coherentes y entablar conversación con su futura esposa.

Futura esposa. Ella ya le había dejado en claro sus intenciones. Al menos se sentía aliviado de que ninguno de los dos amaba al otro románticamente.

—No os preocupéis por mí, señor Vyrúbov. Solo iré a tomar el té a casa de la señorita Ilenko.

—Son tiempos peligrosos, Nadezhda Ivanovna —respondió maquinalmente—. Esta ciudad se nota bastante afectada por los aires revolucionarios de Francia.

A pesar de que lo decía como excusa para su cortesía, comenzaba a pensar que era verdad. No había visto más que miradas hostiles entre los moscovitas, y temía que el sentimiento se tradujera en acción de un momento a otro. ¿Por qué los sicarios de la Emperatriz no se encargaban de aplastar las revueltas en vez de encontrar conspiradores entre los cortesanos?

—Me parece que esta es la residencia de la señorita Ilenko. Gracias por acompañarme.

Leonid asintió con frialdad.— Podéis mandarme llamar cuando queráis volver al palacio. Estaré paseando por la ciudad.

Sin responder, Nadezhda se adentró en el palacio del conde Ilenko. Paz.

Ya no sabía qué pensar de su futuro. Sentía que ya no tenía sentido hacer nada. Podía ser asesinado ese mismo día y no lucharía por evitarlo.

Sus pensamientos viajaron irremediablemente hasta la señorita Ananenko. Zoya definitivamente era extraña. Sabía que seguía existiendo algo entre ellos, pero no lograba convencerse de que ella solo buscaba su bien. Era demasiado egoísta como para hacerlo por mero desinterés. Al menos ya no planeaba degradarlo a los ojos de los demás. Ahora podían declararse amigos solo por la razón de que podían estar en una misma habitación sin pelearse a muerte.

Pensó con un escalofrío en el cálido roce de sus labios contra los de ella. No se había dado cuenta de cuánto necesitaba ese tacto hasta que ella lo besó, como si se tratara de una droga en la que había vuelto a recaer. Le había mentido para tranquilizarla y para que pensara que sí confiaría en ella.

Estaba dando la tercera vuelta a la propiedad de los Ilenko cuando oyó un ruido distinto al rumor de la ciudad. Alguien estaba cerca y trataba de ser sigiloso. Por lo general, eso no era una buena señal.

—¿Quién anda ahí? —preguntó con cautela. Como suponía, nadie respondió.

Hasta que, con un silbido, un cuchillo cortó parte de su oreja.

Leonid levantó su mano hacia el costado de su rostro, solo para descubrir que estaba sangrando. Ver el líquido rojo en sus dedos lo mareó, a pesar de lo acostumbrado que estaba al verlo. La hoja apenas hizo ruido al caer en los adoquines de la calle, pero no parecía tener dueño.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora