XIII: Y vendrán cosas peores dice la Biblia... ¿peores que tu ex?

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Zoya era una pesadilla

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Zoya era una pesadilla. Su presencia era el infierno destinado para él.

Simplemente lo sabía. Era su culpa por haber ofrecido al trono sus servicios como espía para pagar las traiciones de su hermano. Debería haber dejado que su honor se pudriera con el cadáver de Nikita en medio de un campo en Crimea.

Al menos eso le hacía pensar la mirada divertida de ella al otro lado de la mesa.

Ya todos se habían retirado después de desayunar y los criados estaban quitando la comida, sin embargo, ni la señorita Ananenko ni Leonid habían dejado sus sillas. Casi parecía que el solo hecho de levantarse sería visto como un signo de debilidad. Los ojos azules de ambos se debatían en un intenso duelo de miradas, a pesar de que la sonrisa reprimida de Zoya en la cabecera opuesta no se mostraba violenta. De un segundo a otro estallaría de risa.

¿Por qué diablos estaba aquí? Al verla frente a él, el único pensamiento que atravesaba su mente eran las palabras que había cruzado con él, ahora tan lejanas. Llegaré al fondo de esto, lo quieras o no.

Basta. No podía ser tan egoísta. Zoya podía tener un millón de razones para haber llegado a Moscú con la apariencia de haber sido asaltada por cincuenta ladrones.

Y a pesar de todo, había mencionado su nombre al llegar.

—¿Vuestra nariz sigue rota? —preguntó la chica, su voz cortando el tenso silencio como una navaja.

—Sabéis que no —contestó el rubio con frialdad.

—Ah, vale. Lo decía porque sigue pareciendo una patata.

Silencio. Leonid ni siquiera se inmutó ante el insulto. No iba a hacer lo que ella quería.

—¿Por qué estáis aquí, señorita Ananenko?

Ella solo se limitó a sonreír.— ¿Por qué creéis? En un abrir y cerrar de ojos me llega la noticia de que mi amiga más cercana se va a Moscú con el hombre que trató de asesinarla. Sois una amenaza, Leonid Fiódorovich, y esa ya es una razón suficiente.

—Pero dejasteis Petersburgo antes de saber que yo venía.

—Vuestra prometida es un tanto bocazas, señor Vyrúbov, y ya viene siendo hora de que os deis cuenta de ello si es que vais a pasar la vida con ella. Me contó sobre vuestro compromiso el mismo día en el que me fui. Ya no tengo destino ni consecuencia. ¿Qué más puedo hacer sino proteger a los míos de un loco que asesina a traidores?

¿Qué?

¿Cómo había logrado saber aquello? Incluso cuando ya no era verdad, eso podría arruinar su vida pública, si es que no había hecho lo mismo con su vida personal.

Quizá debía reducir el número de personas en las que confiaba. Lo malo era que esa categoría estaba conformada por una persona.

Leonid no dijo nada. Tal vez había lanzado esa declaración al aire para ver cómo reaccionaba, a pesar de lo específica que era. No, no le iba a dar esa satisfacción.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora