XLVI: El despertar de un sueño tan romántico fue un poco brutal, ¿no?

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Aquella mañana era perfecta para un pequeño paseo por el jardín

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Aquella mañana era perfecta para un pequeño paseo por el jardín. Nadezhda estaba sentada en un banquillo de madera mientras —cosa ya no tan extraña en ella— reflexionaba sobre la situación dentro de los cuatro muros del palacio Bezpálov.

Estaba más sola que nunca. Le había reconfortado por un momento el saber que su padre la entendía, pero sabía que eso era solo una ilusión. ¿Cómo podría abrir su corazón verdaderamente a alguien y contar toda la verdad después de que todo aquel que apreciaba le había hecho daño de una forma u otra?

Al menos había logrado salir de su habitación. Ahora, sin nadie en Krasnaya aparte de la servidumbre, podía pasear por su jardín sin sentirse rodeada de traidores.

Sus padres habían ido a Kaluga con tío Sasha a empeñar joyas para pagar una boda que no quería. Su primo había sacado a pasear a la conspiradora junto con sus amigos. Estaba sola una vez más. Eso le daba tiempo para pensar. ¿A quién recurrir? ¿Podría seguir con esta farsa que la vida le proponía?

Su padre le había dado la opción de decirle que no a Leonid. ¿Qué pasaría después, cuando a tío Sasha se le ocurriera cortar por lo sano y dejarlos en la calle? Sabía que Sergéi se opondría a ello, pero su opinión no valdría mucho si lo colgaban por traición.

¿Por qué la soledad era tan amarga? Con razón esos monjes ermitaños terminaban volviéndose locos. Ella también estaba en el mismo proceso sin tener a alguien a quien hablar de corazón a corazón.

—Hola, querida Ada.

¿Por qué a su mente se le ocurría reproducir la voz de Andréi justo cuando pensaba en el odio que le tenía? No, eso no era verdad. Odiaba sus actos, sí. Le convertían en un monstruo. Pero, ¿era él el monstruo? ¿No era lo que le habían obligado a hacer y ya? ¿Era realmente culpable?

No, se dijo. Debía dejar de introducirse otra vez en la ilusión de su romance. Recordó cómo había narrado la historia de sus crímenes en casa de la señorita Ilenko. Cómo planeaba matar a su primo y a los amigos de este. Cómo acusaba al palacio Bezpálov de alojar traidores. Él lo disfrutaba. Era algo muy distinto de ser obligado a algo desagradable.

La voz en su mente no volvió a hablar. Creyó estar a salvo. Se había deshecho de su adoración por Andréi Ivánkov por el momento.

—¿Me vas a dejar parado aquí y ya, Ada?

Nadya volvió los ojos grises hacia el lugar de donde provenía la voz. Como un espejismo, Andréi, aún con las vendas producto de las heridas infligidas por el señor Vyrúbov, estaba parado en el jardín personal de la señorita Ulianova, mirándola como si esperase algo de ella.

—¿Ameritáis algo más, señor Ivánkov? —se defendió ella, desechando muy a su pesar el tuteo que había entre ellos. Ya no lo merecía.

—Sabes que lo que dije fue por una razón. Soy fiel a mi causa y eso está por sobre todo remordimiento.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora