XLV: Ya era hora de que una cita aplazada llegara a tiempo

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—Tenemos que hacer algo

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—Tenemos que hacer algo. ¡No me puedo quedar aquí sentada!

—Charlotte —dijo Sergéi—, en tu estado, es mejor que te quedes aquí. Leonid tiene razón. No podemos hacer nada.

Sí, la señorita de Langlois lo sabía a la perfección. Sin embargo, no podía evitar pensar en que Zoya y la señorita Ulianova podían morir dentro del edificio en llamas. Ella debería haberse quedado allí. Ellas eran inocentes. Ella lo merecía.

Veía la columna de humo invadir el limpio cielo primaveral de Moscú con angustia. Sentía que en esas nubes grises aparecía toda su vida, su destino... Sus amigos. Terminaría muerta después de esta aventura y si Sergéi y Zoya —no sabía si considerar aún a Leonid como su amigo— no hacían lo mismo sería un milagro.

—¿Sabes por qué ha podido ocurrir esto? —inquirió, volviendo la cabeza hacia el señor Bezpálov.

—No tengo la menor idea. Ha sobrevivido a todos los incendios que han azotado la ciudad... ¿Por qué tuvo que ocurrir ahora? Ya tenemos muchos problemas como para esto.

—Debe de haber alguna razón lógica detrás de todo, te lo aseguro.

No, Charlotte no estaba tan segura de eso. Ni siquiera estaba pensando en ello. Su mente estaba lejos. ¿Qué habría ocurrido si le hubiese dicho que no a Sergéi sobre el paseo? ¿Qué hubiera pasado si se hubiese quedado sola allí? ¿Habría ido alguien a buscarla?

Por Dios, no es el momento para ser autocompasiva. Debía interesarse más en encontrar la silueta de Leonid Vyrúbov por entre las llamas con Zoya y la señorita Ulianova a su lado.

—Oye, ¿les has visto? —preguntó.

Sergéi a su zaga no respondió. Ya no sentía su presencia cuidándole, guardándole. Se atrevió a volver la mirada hacia atrás —muy a su pesar por el dolor que eso implicaba— y vio al hombre que la cortejaba aprisionado por las manos de un hombre mientras otro le ponía una mordaza.

—¡Sergéi! —exclamó la francesa, tratando de levantarse de la silla sin éxito.

—Yo que vos me quedaría allí, señorita de Langlois —dijo una voz nueva, y de pronto se enfrentó a una hoja en la garganta.

Levantó los ojos verdes hacia su atacante y se encontró a un hombre de ojos rasgados y complexión casi famélica, aunque sus brillantes iris negros irradiaban la fuerza de la vida. No lo había visto nunca, pero, a juzgar por sus palabras, debía ser alguien como Leonid. Alguien que cazaba traidores como venados.

—¿Por qué le hacéis esto?

—No le hemos hecho nada, no seáis dramática. Él no es nuestra prioridad. Ahora, si sois tan amable, ¿podéis levantaros?

—No, me duele mucho...

—Callaos —le espetó el hombre de ojos rasgados.

Tiró de su brazo derecho con fuerza, obligándola a ponerse de pie. La debilidad de sus piernas la golpeó como un puño en el estómago. Ya había hecho demasiado esfuerzo en un día y este comenzaba a pasarle la cuenta.

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora