III: El papel de traidor no es el que va mejor cuando se quiere vivir

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Leonid estaba demasiado acostumbrado a mirar por encima de su hombro

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Leonid estaba demasiado acostumbrado a mirar por encima de su hombro.

Ya no parecía un chiste. Con el pasar de los días desde esa fatídica noche, comenzaba a ponerse paranoico. ¿Cuánto tiempo transcurriría hasta que terminasen cazándole? ¿Cuántas jornadas pasaría en vela por el miedo a que alguien apareciera en el umbral de su puerta con una daga como la que tanto le gustaba, dirigida a su cuello?

De lo que estaba seguro era que se defendería. Al menos habría algo de honor entre todas las mentiras que sostenía ante la mayoría de la Corte.

Sabía qué le depararía la vida —una huida eterna de todo lo que se moviera, si es que era optimista—, pero no comprendía qué buscaba su madre al sentarse frente a él para desayunar.

Y la verdad es que nunca se podía adivinar qué tramaba la vizcondesa Larisa Vyrúbova. Podía ser desde algo que le otorgara ventaja en la Corte hasta la forma de conseguir un nuevo amante. Leonid daba gracias de parecerse a su difunto padre.

De los dos hermanos, Nikita siempre había sido el más cercano a ella. Con su muerte, todas las atenciones que la mujer le otorgaba cayeron en los hombros de su hijo menor en el peor de todos los momentos de su vida. No necesitaba una madre afectuosa después de más de quince años de frialdad y desinterés, mucho menos cuando acababa de volverse un espía de la Corona por las deudas y traiciones que había dejado su perfecto primogénito.

Había días en los que le aborrecía y agradecía que hubiese muerto para no darle una golpiza. Otras veces se desesperaba y necesitaba el consejo y el liderazgo de un hermano mayor. Ese horrible desayuno era parte del primer caso.

—Madre —musitó él, mientras veía cómo sus dedos gruesos tomaban un panecillo para untarlo en mantequilla—, podríais empezar por decirme qué hacéis aquí.

—¿No puedo ver al único de mis hijos? —sonrió ella, en un gesto que le puso los pelos de punta.

El único. Leonid no tenía idea de si ella pretendía señalar el hecho de que era el último que le quedaba, o solo era una interpretación. De todos modos, el aire entre ellos se había hecho demasiado incómodo. ¿Por qué diantres se tenía que meter en sus aposentos cuando ella ya tenía los suyos?

—No —respondió suavemente.

—Tonterías. Una madre siempre puede hacerlo.

Como si hubieras actuado como una, murmuró él para sus adentros. Ya estaba acostumbrado a no tenerla. No era hora para que en el momento en el que más peligro había corrido en su vida —quitando, quizá, el instante en el que Zoya le había amenazado con una bandeja; esa dama daba miedo cuando quería— alguien viniese a cuidarlo. Ya era un niño grande.

—Está bien, si es que insistes, sí tengo algo que hacer aquí. He venido a avisarte que ya he tomado mis cartas en tu asunto.

No sabía si estaba mintiendo, bromeando o si se refería a algo más de lo que se imaginaba él. La vizcondesa no tenía forma de saber todo lo que había hecho en el último año, a no ser que la sirvienta que le había visto hubiese cometido una indiscreción. Estúpido. Debería haberla matado cuando tuvo la oportunidad. Ahora, la bendita Alina tenía el poder de dar a conocer todos sus actos a todos los que apreciaba. ¿Cuándo terminaría el tormento?

Los nobles © [DNyA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora