Escena extra, capítulo once

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—¿Me veo tan mal a como me siento?

Horacio me observó a través del retrovisor, sonriendo mientras asentía a mi pregunta. Estaba jodido, me sentía fatal, estaba padeciendo de un terrible dolor de cabeza que asumí era un síntoma más de la destructiva resaca que dejó como consecuencia mi noche descontrolada.

Fijé la vista en la ventana, sintiéndome cada vez más mareado por el movimiento del coche, y el ruido del tráfico a mi alrededor. Me parecía extraño que, después de un largo día donde no pude ni levantarme de la cama, me siguiera sintiendo así de mal, generalmente mis resacas no duraban tanto, tampoco eran así de agresivas.

—Tal vez le habría hecho bien quedarse descansando un día más. —comentó Horacio.

—Créeme que no podía, es importante esta cita.

Ladeé el rostro para ver el ramo de rosas que llevaba a mi lado, me era inevitable sentir inseguridad con respecto a lo que estaba haciendo. Jamás me había visto envuelto en una situación parecida, por ello mi temor a no saber como actuar. Tomé un poco de agua percibiendo como el malestar se intensificaba, era una locura estar en pie con lo afectado que estaba, sin embargo no podía negarme a esa invitación (casi imposición) a tomar un café, para aclarar ciertas cosas que ya imaginaba de que se trataban.

Miré mi teléfono deseando encontrar algún mensaje de Camila, aunque estaba acostumbrado a que me ignorara, en ese momento me incomodaba su silencio, sabía que estaba molesta conmigo, me preocupaba que lo que sea que fuese hecho terminara arruinando cualquier posibilidad con ella.

—¿Estás seguro de que Camila te dijo que no iba a salir?

—Si, dijo que tenía pensando descansar todo el fin de semana, dejé la camioneta en el estacionamiento por si algo se le ofrecía, y le entregué a las llaves a ella.

—¿Eso fue idea tuya o de ella? —cuestioné con curiosidad.

—De ella.

Lo había intuido, aunque siempre fui muy territorial y protector con mis cosas, me encontraba encantado con la facilidad que tenía Camila para disponer de todo lo mío sin miedo.

Mientras Horacio se estacionaba me puse más perfume, esperando disimular un poco el olor a alcohol que aún me percibía.

—Deséame suerte, creo que la voy a necesitar.

Horacio sonrió como si yo hubiera estado bromeando, cuando en realidad hablaba en serio, sentía necesitar mucha suerte para lo que estaba a punto de pasar. Tomé el ramo de rosas rojas y salí del auto, percibiéndome ligeramente nervioso.

Me bastaron unos cuantos pasos para visualizar a Amelia en las meses ubicadas en el exterior de la cafetería que ella misma había elegido. Tenía un libro sobre la mesa que leía concentrada y una taza a su lado de la que la tomaba distraída.

La belleza de Camila provenía de su madre, pude asegurarlo mientras me acercaba a ella sin poder dejar de contemplarla. Amelia poseía una elegancia que se reflejaba en cada gesto que hacía, su aspecto de señora distinguida se imponía a pesar de todas las circunstancias que estaban atravesando.

La señora era guapa, tanto como su hija, de no haber estado tan interesado en la pelirroja que me tenía loco, habría aprovechado la oportunidad para vivir la buena experiencia de involucrarme con una mujer mayor.

Amelia levantó la vista al darse cuenta de que estaba cerca, su cabello menos rojizo que el de su hija, se sacudió con el ligero movimiento, provocando inevitablemente que recordara a Cami, le ofrecí las rosas regalándole mi mejor sonrisa que, ella no correspondió. Besé su mano antes de besar su mejilla, mostrándome seguro a pesar de los nervios que me invadían gracias a su mirada.

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