Escena extra, capítulo dieciséis

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Siempre fui muy receloso de mi espacio, no estaba nada acostumbrado a compartir algo que consideraba tan íntimo, como mi hogar. Por ello me sorprendía lo cómodo que me sentía con Camila desplazándose por mi cocina. Me era desconcertante la forma en que mi instinto de territorialidad estaba adormecido ante la presencia fuerte de la pelirroja que sonreía con dulzura mientras hablaba con mi sobrina.

Bostecé como acto reflejo al bostezo de Luciana. Los tres habíamos despertado temprano, no había sido la noche más cómoda de mi vida, aun así me sentía descansado, lleno de una energía distinta que afloró mi buen humor.

El timbre sonó interrumpiendo la charla amena de Camila y Lu, las panquecas de ambas estaban a medio comer. Habían preferido conversar en lugar de desayunar.

—Es muy temprano para que sea Jessica —comenté tras ver la hora.

—Creo que es Horacio, le pedí que fuera por unas cosas a mi departamento, mi mamá lo estaba esperando.

—¿Tu mamá sabe que estás aquí? —pregunté sorprendido.

—No, cree que Horacio me llevó las cosas a donde Mariano.

—¿Le mentiste? —cuestionó Lu, asustada.

—No, Lu. Yo no lo miento nunca a mi mamá, después te explico, voy a abrir —dijo después del que timbre volviera a sonar—. Espero que no te moleste que haya llamado a Horacio.

No me molestaba en lo absoluto, me gustaba verla disponer de todo con confianza.

—Camila, espera.

—¿Por qué? —preguntó volteando.

—No puedes abrir así.

Apunté sus piernas casi totalmente descubiertas, mi camiseta cubría solamente la mitad de sus muslos. Frunció el ceño al ver como caminaba directo a la puerta, al pasar a su lado me detuve para besar su frente con el propósito de borrar ese gesto de molestia reflejado en su rostro. Tal y como ella había intuido era Horacio quien timbraba, sostenía una pequeña maleta color rosa que extendió hacia mi.

—Buenos días, el encargo de la señorita Camila.

—Muchas gracias, Horacio. Yo le entrego esto.

—¿Era Horacio?

Miré por encima de mi hombro como Camila se acercaba, me moví un poco bloqueándole la vista a Horacio que movió un poco la cabeza siguiendo su voz.

—Gracias, bajo dentro de una hora.

—Perfecto señor, lo espero.

—Espera, Horacio —se metió en medio del espacio entre mi cuerpo y el umbral de la puerta—. ¿Mi mamá no te hizo preguntas?

—Ninguna, estaba apresurada porque se le iba a hacer tarde.

—Gracias, Horacio —repetí de nuevo esperando que se fuera.

Cerré la puerta antes de que a Camila se le ocurriera detener a Horacio, cuando volteó para encararme pude observar una amplia sonrisa en sus provocativos labios.

—Golfo, debemos trabajar en esos celos.

Se puso en puntillas para besar mi mejilla, con rapidez envolví su cintura obligándola a permanecer cerca de mí.

—No son celos.

—¿No?

Sus labios tocaron los míos brevemente, su sonrisa volvió a ensancharse al ver la expresión en mi rostro, me encontraba abstraído en ella, en cada gesto que hacía.

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