Escena extra, capítulo treinta

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Camila tenía muchas maneras de provocarme. Mi favorita de ellas, era la forma en la que me sostenía la mirada mientras me movía entre sus piernas.

Tomé aire por la boca, desesperado por retomar el control que perdía con cada segundo que pasaba. Me resultaba complicado mantener la cordura, el cuerpo desnudo de Cami debajo del mío era una imagen peligrosamente estimulante. Cerré los ojos por breves segundos, privándome del disfrute de observar su rostro contorsionado por el placer, de sus labios entreabiertos que no dejaban de soltar jadeos sensuales, de su mirada directa que intensificaba el momento.

Estaba adicto a Camila, a la sensación de hundirme entre sus piernas, al placer intoxicante que emergía con intensidad hasta el punto de sacarme de mis cabales. Mis dedos se apretaron a la curva de su cintura como acto reflejo a la satisfacción que experimenté, al enterrarme por completo dentro de ella. El gemido agudo que salió de sus labios me obligó a detenerme, levanté la cara, buscando sus ojos mientras reprimía el deseo de moverme que se intensificaba por la manera en la que tensaba los músculos, atrapándome en sus paredes.

—¿Cami...?

—Sigue —ordenó—, por favor —agregó, en un tono meloso que tensionó cada músculo de mi cuerpo.

Me complací ante su tono demandante, ante la urgencia que identifiqué en su voz entre cortada. En el regocijo del momento mis impulsos se impusieron. La besé con violencia, evidenciando el descontrol que me dominaba cuando sentía su lengua rozarse con la mía; la inmovilicé con ambas manos para empujarme entre sus piernas sin contemplaciones. No medí la fuerza que estaba usando, me dejé llevar por los gemidos que salían de sus labios y la humedad por la que me deslizaba. Nos encontrábamos en el mismo estado, sus manos se aferraban a mi espalda mientras se balanceaba a mi compás, profundizando cada estocada.

—Bésame —supliqué en cuanto echó la cabeza hacia atrás, privándome de sus labios.

Accedió de inmediato y sin rechistar, como lo hacía siempre que estábamos sobre una cama. Aquellos momentos eran los únicos en la se comportaba con docilidad, complaciendo cada una de mis peticiones. La dejé hacer extasiado por el placer que crispaba. Me devoró la boca en un beso que emanaba deseo y, que prolongó el que estaba padeciendo. Gemía sobre mis labios suplicando más, en un tono apenas audible. Apoyé la frente sobre la suya buscando un respiro, me estaba asfixiando en el deleite que experimenté cuando comencé a moverme más rápido.

Pese a la agitación del momento fui consciente del poco control que conservaba. Me resultaba un tanto vergonzoso reconocer que Camila aminoraba mi capacidad de contenerme. Debía concentrarme para resistir a como se debía, aunque hacerlo fuese una especie de tortura exquisita.

—Pablo —su voz fue apenas un susurro.

—Te quiero sobre mí.

La luz tenue que iluminaba la habitación me permitió ver como asentía apresurada. La insté a girar sobre la cama, percibiendo como la adrenalina fluía por mi cuerpo. La poca compostura que había retomado se evaporó al verla acomodarse. Camila desprendía sensualidad en cada gesto que hacía, llevó su pelo hacia un lado antes de apoyar las palmas de las manos sobre mi pecho. Los largos suspiros que salían de su boca me envolvía en una atmosfera sexual cada vez más densa. Se dibujó una sonrisa traviesa en sus labios al ver mi expresión deleite, percibir como me adentraba despacio en ella, me estaba matando.

—Duele —se quejó en voz baja, aparté mis manos de sus caderas, las que inconscientemente apretaban con fuerza su piel, causándole daño.

—Lo siento...

Mis disculpas se quedaron a medias al verla inclinar el torso lentamente, su respiración agitada chocó con mis labios antes de que me ofreciera un beso largo y húmedo. Usualmente la dejaba jugar conmigo de esa manera, disfrutando de la forma en la que poco a poco se soltaba, sin embargo, la abstinencia a la que me había sometido, me orilló a actuar con poco tacto.

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